“Desde la concepción hasta el último aliento de vida, nuestro cuerpo habla, nos da señales.”
Llevamos varios días de silencio y reflexión, de sacudidas y redescubrimientos, de tomar conciencia que “dependemos de algo mucho más grande” y que en medio de tanta incertidumbre, la verdad, la solidaridad y la justicia nos hacen fuertes.
Entre tantas historias comprendemos que nuestros conocimientos, nuestras fuerzas, nuestros recursos no son suficientes para salvar y resguardar lo más preciado que tenemos: la vida. Esta crisis nos ha hecho conscientes de que nos acostumbramos a tenerlo todo, a vivir con lujos, abundancia de productos, con libertad, con salud y así, muchas veces dimos por sentado el don más preciado con el que contábamos, el regalo más hermoso que tenemos, ese por el cual tenemos vida: la fertilidad.
Y es, precisamente, nuestra fertilidad uno de los signos más hermosos del amor de Dios para los hombres, porque como escuché alguna vez: “La locura de amor más grande de Dios es hacernos partícipes en el misterio de la creación”.
Somos “creadores”, nuestro amor es “fecundo” porque Dios nos ha hecho “a su imagen y semejanza” y esto para los creyentes, es la base de nuestra identidad, en ello encontramos el sentido de nuestra vida: amar y ser amados.
Durante mi formación sobre el Creighton Model Fertility Care System (CrMS), descubrí lo que los científicos llaman “The Spark of Life” algo que podríamos traducir como “la chispa de la vida”: un destello de luz por una descarga de zinc que ocurre durante las primeras dos horas luego de la fecundación, un descubrimiento con el que los científicos afirman que “hay vida desde la concepción” (tal y como lo afirma la Iglesia Católica).
Lo maravilloso es que esto no sería posible sin un buen óvulo y sin buenos espermatozoides. Desde la concepción hasta el último aliento de vida, nuestro cuerpo habla, nos da señales; cada célula es parte de una magnífica orquesta que al unísono toca la melodía más perfecta.
Entonces, ¿por qué no hemos sido capaces de apreciarlo? Sin lugar a dudas, es porque no nos conocemos y “nadie ama lo que no conoce”. Hemos dejado de escucharnos, de observarnos y en su lugar, hemos abusado de nuestra fertilidad creyendo que duraba toda la vida, suprimiéndola e incluso catalogándola como una enfermedad. Hemos jugado a directores de orquesta, arruinando la melodía.
Cuando en 1968, Pablo VI publica su encíclica “Humane Vitae” sobre la transmisión de la vida, fue criticado (y aun hoy lo es), pues no existía entonces una respuesta científica a su llamado: responder al amor con dignidad, respeto y libertad; mediante el uso de un método natural que ayudara a los esposos a gozar de su sexualidad y a la vez, estar
abiertos al amor fecundo en forma responsable.
Hoy, el modelo Creighton y la Naprotecnología responden desde la plataforma científica al llamado de Pablo VI y constituyen la herramienta perfecta para el reconocimiento y cuidado de la fertilidad. Además, son una ventana de esperanza para todos aquellos que sufren un diagnóstico de infertilidad y para quienes han sufrido los daños de los métodos anticonceptivos e incluso, el aborto.
El modelo Creighton ha resuelto los problemas que otros métodos naturales han presentado en la identificación del día de la ovulación, en mujeres con ciclos irregulares o diagnósticos como ovario poliquístico o endometriosis Aprenderlo es comprender el verdadero lenguaje de nuestro cuerpo en cualquier etapa de la vida reproductiva de la
pareja.
Hoy, celebramos el Día del Niño por Nacer frente a tantas amenazas a la vida, cuando por años nos han hecho creer que algo está mal en nuestro cuerpo porque el mundo gira en torno a una plataforma genitocéntrica (sexualidad enfocada primariamente en el contacto genital, lo físico y erótico).
Hoy, cuando todo este ruido ha desaparecido, cuando el tiempo transcurre lento, cuando la vida se va en un suspiro, cuando nuestro ser anhela paz volvamos la vista a nuestro ser interior, tomémonos el tiempo de conocernos, agradezcamos a Dios el don de la vida y seamos custodios del don de la fertilidad, ese que hace que el mundo se mueva, el que hará un mundo diferente si lo usamos sabiamente, ese que nos da esperanza y la certeza de que seguiremos aquí, porque damos vida y porque ése es el más grande gesto de amor y plenitud para un ser humano.
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