columna :::el laberinto del fauno:::
Luego nos haremos la retórica pregunta ¿En qué fallé, si le di todo?
Estamos perdiendo a nuestros jóvenes, no cabe duda. Les estamos abriendo demasiadas puertas para que escapen de la realidad. Una realidad que construimos nosotros, la generación que, por ahora, dirige el rumbo.
Hace poco leí un dato interesante. La última encuesta nacional de la juventud destacaba que de todos los grupos que rodean a los jóvenes, la familia era el que más seguridad inspiraba.
Así es. Según el estudio citado, el 95% de jóvenes confía en su familia. ¡El 95%! La familia les importa. Está claro.
Los padres de “la nueva era” creemos que los límites y limitaciones hacen sufrir de tal manera a nuestros hijos, que queremos evitárselos a toda costa. Solo así puede entenderse el permisivismo actual y la pérdida de autoridad de tantos padres.
Si el niño quiere una tablet, hay que dársela. Si la niña quiere regresar a la medianoche, hay que darle permiso. Si el joven quiere experimentar para poder elegir después, hay que dejarlo. Si la nena quiere ¿vestir? con transparencias, no hay qué oponerse. ¿Entonces, para que #%&@ estamos los padres?
No da lo mismo hacerse el loco que asumir la responsabilidad de la educación de nuestros hijos. Si elegimos vivir de espaldas a nuestro compromiso, luego nos haremos la retórica pregunta ¿En qué fallé, si le di todo? La pregunta es la respuesta: le diste todo. No dejaste que tropezará, no dejaste que careciera de algo que deseaba, no te atreviste a decir “no”, te negaste a pegar de vez en cuando un grito… Pero sobre todo, olvidaste que tus hijos no necesitaban de cosas, te querían a ti.
¿Propósito ideal del 2015? Tomar doble dosis de coraje y amor. No dejar a nuestros hijos en las manos de los algoritmos de la tecnología. Abrirles solo las puertas correctas en el tiempo justo y por las razones idóneas.
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