Entre Mr. Grey y Mr. Darcy

A lo largo de nuestra vida, la libertad de elegir va formando parte de nuestro desarrollo y madurez. Nuestras capacidades humanas nos permiten conocer el mundo a través de nuestros sentidos, razonar a través de nuestro intelecto y elegir entre diversas opciones, por medio de nuestra voluntad.

POR MARÍA RENEÉ ESTRADA

El concepto de libertad va más allá del “poder hacer lo que queremos”, y se encamina más bien a la “capacidad de elegir el bien mayor”. Esta conceptualización generalmente genera ciertos desacuerdos, sin embargo la finalidad del ser humano siempre ha sido la de buscar y alcanzar la excelencia humana, aquella que aspira a la adquisición de virtudes y la búsqueda del perfeccionamiento personal.

Y nosotras las mujeres, ¡cuántas elecciones tomamos en la vida! Desde el sabor de un helado, la ropa que nos acomoda más vestir, la carrera universitaria que queremos estudiar, el estilo de corte de cabello que queremos llevar, la universidad a la que queremos asistir, las relaciones personales que entablamos, los bienes que adquirimos, los lugares a los que viajamos, hasta cómo reaccionar ante ciertas adversidades de la vida; Aunque hoy en día, lamentablemente, todavía existen muchas mujeres que no gozan de ciertas libertades, hemos recorrido un largo camino por llegar hasta aquí, y debemos seguirlo recorriendo. Y nuestro recorrido debe tener como base y fundamento, en todo momento, la búsqueda del bien mayor.
Y dentro de todas las elecciones que actualmente muchas podemos tomar, la elección de pareja es un tema recurrente. ¿Qué tipo de relación aspiramos a tener? ¿Qué estamos buscando en un hombre? ¿Queremos un Mr. Grey o un Mr. Darcy, como compañero del resto de nuestra vida?   

Las características de cada uno de ellos, desde la personalidad hasta  el trato hacia las mujeres son abismales. Si se trata de compararlos, asumo que cualquier mujer con dos dedos de frente sabría cuál es la decisión más acertada (aunque esta lógica personal, generalmente, no aplica de manera general). Sin embargo tras esta reflexión es cuando surge la verdadera interrogante, y es que toda decisión externa proviene inicialmente de una situación interna.

Y es que la sociedad actual, y ciertas corrientes ideológicas, nos han llevado a pensar que la revolución femenina está en convertirnos en todo aquello que tanto le recriminamos a los hombres. En ser mujeres sin ser mujeres a plenitud.

Por otro lado también hay posturas sumamente contradictorias dentro de nosotras, que ensalzan y promueven el empoderamiento femenino, al mismo tiempo que le exigen a los hombres comportarse como Fitzwilliam Darcy, pero aplauden, fantasean o simplemente se conforman con ser (mal) tratadas (física/mental y emocionalmente) por un Christian Grey.

¿Entonces cuál es la verdadera pregunta? Cuando como seres humanos nos enfrentamos a tomar decisiones trascendentales, como puede serlo la elección de una carrera universitaria o la de una relación afectiva, nuestra decisión se ve afectada directamente por situaciones internas que poseemos como personas. ¿Quién soy, qué me merezco, cuánto valgo como persona y como mujer?

Podemos aspirar y trabajar arduamente por convertirnos en una mujer plena, aquella que no solo es independiente, trabajadora y que lucha por alcanzar sus ideales personales, sino que también encuentra en los hombres un complemento fundamental para el desarrollo de su vida (no solo dentro de las relaciones afectivas sino dentro de cualquier equipo de trabajo y la convivencia social). O dejarnos abatir, y transformarnos (a través de la cultura, los medios y lo que la sociedad nos vende como progresismo) en mujeres sin personalidad, víctimas y esclavas de una sexualidad desordenada, que no comprenden la trascendencia y plenitud que se puede vivir a través de una feminidad encaminada a la excelencia personal.  

Elegir externamente es una actividad que realizamos de manera automática, pero el trasfondo no es tan sencillo ni trivial. Nuestras decisiones definen quién somos, pero también definen quién podemos llegar a ser.

Por lo tanto la verdadera pregunta no es si nos quedamos con Grey o Darcy, si no es más bien una reflexión interior que nos invita a adentrarnos en la complejidad y lo maravilloso de ser mujer, ¿quién somos?, ¿quién aspiramos a ser?, ¿Anastasia Steele o Elizabeth Bennet?

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