El SÍ después de la boda

Hace años atrás, cuando nos comprometimos con mi actual esposo, tenía muchos temores. ¿cómo será estar casada?, ¿cómo hacer que funcione?, ¿seré buena esposa?, ¿nos iremos a aburrir?… la lista es interminable y cuando culminaba, volvía a empezar.

​Por Claudia Lujan.
Pasando esta etapa, con el gusto especial que me inclina a lo académico y quizás bajo un instinto por contar con datos más objetivos que me dijeran más al respecto, entré a internet a ver algunas estadísticas y datos sobre matrimonios.

“En los últimos cinco años el número de matrimonios se incrementó en 45.0%, mientras que el de divorcios varió en 98.3%. Para 2013, la tasa de divorcios por cada 10,000 habitantes en el departamento de Guatemala fue de 6.9, mayor a la nacional ubicada en 3.6%.”[1]. Acto seguido, cerré la página. No sabía lo que venía, pero al menos supe lo que no quería, formar parte de esas estadísticas.

Así que todo esto me llevó a comentarle mis temores y dudas a mi entonces prometido. Él fue bastante sensible y aunque primero hizo algo de chiste con mis “ocurrencias”, recuerdo que me dio a entender que no tenía respuestas y que también contaba con preguntas, pero que estábamos juntos en esto.

Tiempo después, empezamos todos los preparativos para la boda, la lista de invitados, padrinos, los trajes, el lugar, tipo de ceremonia, opción de luna de miel, comida, pastel, etc.

Y ahora que recuerdo esos momentos, la forma en que hablaba al respecto, y cuando escucho a novias en esos procesos, me da la impresión que hay una idea de que prepararse para ese día -claro es sumamente importante, colmado de ilusiones y sentimientos- de alguna manera pareciera como lo escencial. Como si al llegar la fecha podemos respirar profundo y “¡BUM, YA PASO!“

Es que con la boda no acaba nada sino todo lo contrario, es el principio de un nuevo mundo, allí es donde empieza todo otra vez, de alguna manera las batallas más fuertes, los perdones, las disculpas, las rutinas, la complicidad, el fortalecimiento y las flaquezas también. Ahora, pienso en las estadísticas que en su momento consulté, en las nuevas corrientes que constantemente se escuchan con relación a la tergiversación que hay entorno a la superación personal, respeto por la persona, y demás condiciones que no deben pelear con el matrimonio, al contrario, lo complementan, se vuelven una lucha conjunta.

De alguna manera, me gustaría comunicar a quienes pueden estar en un impase cuando piensan en el compromiso, que si están dispuestos a amar y compartir, el matrimonio en medio de luchas y desaciertos, solidifica el amor y sin duda, los hará crecer y multiplicar su felicidad. Que aunque nos digan que dando ese paso se renuncia a mucho, hay una lista infinita de cosas a las que se les dice “SI”. Por experiencia, esa lista es la que más vale la pena en la vida. Después del “sí” de la boda, habrá que decirse sí todos los días, y cada sí se hará mas firme, mas lleno y más pleno.

Y para quienes están por casarse, ¡bienvenidos!, iniciarán una vida de aventuras, de retos, de crecimiento juntos y como individuos, donde saldrá algunas veces lo peor de uno, pero siempre relucirá y conquistará lo mejor. Nadie puede predecir cómo será el viaje, pero comprometerse a dar lo mejor de sí, disfrutar y amar, vale la pena.
 
[1] Instituto Nacional de Estadística, Caracterización Departamental Guatemala 2013, Pág. 19. Diciembre 2014.

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