Por ahí de los 18 años llegué a creer que mi mamá me era una incomodidad. Y si algún adolescente lee esto me quizás me entenderá.
Por Claudia Luján.
Mi mamá me ponía sobrenombres “tiernos”, me besaba y abrazaba todo el tiempo, al salir de casa, se despedía persiguiéndome por casi una cuadra, agitando la mano y sonriendo enormemente, y yo, la veía con la punta del ojo, deseando meter mi cabeza en la cartera. Y claro, no tenía ningún reparo en hacer todo esto enfrente de mis amigas.
Así que realmente me pesaba y muchas veces buscaba estar lo más lejos posible, tanta melosidad me parecía de lo más “cursi”.
Un día, volví a mi casa, me puse cómoda y como era habitual, esperé la rutina de ver a mamá entrar del trabajo y preparar la cena. Pero en este día, pasó la hora de su regreso y ella no apació. Al caer la noche, no recuerdo como, nos enteramos que había sufrido un accidente.
Corrimos al hospital junto a mi hermano, sentía una bocanada de adrenalina en mi garganta, misma que parecía ahogarme con cada paso que daba. Deseando que todo esto fuera un mal entendido, llegamos al Hospital General y al entrar a emergencias -no sé tampoco cómo ingresé al área prohibida-, la pude reconocer por la ropa que llevaba, pues su cara estaba casi desfigurada. Era ella. Y había sufrido un trauma cráneo encefálico nivel IV.
Cuando la vi en esa camilla y un doctor tomándole signos y datos, grité tanto que aún tapándome la boca, ella sin lugar a duda me reconoció. En un gesto amorosamente maternal, alzó la mano como quien aún en medio de ese cuadro quisiera consolarme. Las palabras se me atoran cuando intento decir lo que viví. Era ella, la mujer que me hacía pasar tantas vergüenzas por sus mimos, en esa etapa de rebeldía donde creemos saber todo y poder comernos el mundo.
Salí de emergencias destrozada, era como atravesar el más terrible episodio de un mal sueño. Y aunque tengo algunas lagunas mentales de lo que transcurrió en los 22 días posteriores, la imagen mas clara que tengo es de cuando finalmente partió de este mundo.
En ese momento me di cuenta que toda la incomodidad que creía sentir, eran un montón de amor mal acomodado quizás. La amaba más de lo que sabía, más de lo que tan podía expresar, sin embargo, algo me dice que ella si supo lo que en el fondo sentía.
Y quizás, en una forma de homenaje me animé a escribir estas líneas 17 años después, tratando de alguna manera de pensar, que puedo llegar a alguna madre que se enfrenta a esos adolescentes complejos, a hijos que posiblemente no saben cómo expresar su amor.
Claramente, no tengo una receta mágica para limar esas asperezas, pero con mi experiencia puedo decir, que en ocasiones los hijos aman más de lo que son capaces de expresar. ¡Paciencia mamá! cada segundo en la vida de los hijos vale la pena, lo vean o no, hacen una huella que perdura aún después de la vida misma.
Así que realmente me pesaba y muchas veces buscaba estar lo más lejos posible, tanta melosidad me parecía de lo más “cursi”.
Un día, volví a mi casa, me puse cómoda y como era habitual, esperé la rutina de ver a mamá entrar del trabajo y preparar la cena. Pero en este día, pasó la hora de su regreso y ella no apació. Al caer la noche, no recuerdo como, nos enteramos que había sufrido un accidente.
Corrimos al hospital junto a mi hermano, sentía una bocanada de adrenalina en mi garganta, misma que parecía ahogarme con cada paso que daba. Deseando que todo esto fuera un mal entendido, llegamos al Hospital General y al entrar a emergencias -no sé tampoco cómo ingresé al área prohibida-, la pude reconocer por la ropa que llevaba, pues su cara estaba casi desfigurada. Era ella. Y había sufrido un trauma cráneo encefálico nivel IV.
Cuando la vi en esa camilla y un doctor tomándole signos y datos, grité tanto que aún tapándome la boca, ella sin lugar a duda me reconoció. En un gesto amorosamente maternal, alzó la mano como quien aún en medio de ese cuadro quisiera consolarme. Las palabras se me atoran cuando intento decir lo que viví. Era ella, la mujer que me hacía pasar tantas vergüenzas por sus mimos, en esa etapa de rebeldía donde creemos saber todo y poder comernos el mundo.
Salí de emergencias destrozada, era como atravesar el más terrible episodio de un mal sueño. Y aunque tengo algunas lagunas mentales de lo que transcurrió en los 22 días posteriores, la imagen mas clara que tengo es de cuando finalmente partió de este mundo.
En ese momento me di cuenta que toda la incomodidad que creía sentir, eran un montón de amor mal acomodado quizás. La amaba más de lo que sabía, más de lo que tan podía expresar, sin embargo, algo me dice que ella si supo lo que en el fondo sentía.
Y quizás, en una forma de homenaje me animé a escribir estas líneas 17 años después, tratando de alguna manera de pensar, que puedo llegar a alguna madre que se enfrenta a esos adolescentes complejos, a hijos que posiblemente no saben cómo expresar su amor.
Claramente, no tengo una receta mágica para limar esas asperezas, pero con mi experiencia puedo decir, que en ocasiones los hijos aman más de lo que son capaces de expresar. ¡Paciencia mamá! cada segundo en la vida de los hijos vale la pena, lo vean o no, hacen una huella que perdura aún después de la vida misma.
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