Nuestra generación se ha acostumbrado a querer muchas cosas sin necesariamente estar dispuestos a hacer lo necesario para conseguirlas. Nos gusta la recompensa pero no los obstáculos. Pero aunque lo actual es lo “exprés” y el “probar antes de comprar”, lo que nunca pasará de moda es el deseo de amar para siempre.
Por Paola de Arguello
Por Paola de Arguello
Entre los populares titulares compartidos en redes sociales encontré “No te cases antes de los treinta”, un artículo que enumeraba todas las cosas que debes de conseguir antes de que básicamente “se te acabe la vida”. Sumar a tu cinturón de experiencias una pasión de verano, haber trabajado en tal lugar, haber viajado a tal otro. La implicación es que si te casas muy joven, posiblemente te levantes un día y digas “¡Dios mío! Este que tengo al lado no está tan actualizado como yo” o “ahora no puedo hacer nada de lo que soñaba hacer”.
Aunque coincido con que la gente no debería precipitarse a tomar una decisión tan grande como es el matrimonio, es precisamente esta idea de que todo el tiempo debes mirarte el ombligo como si es la cosa mas importante del planeta, lo que ha permeado tanto la imagen que tiene esta generación sobre el matrimonio.
El mundo de hoy esta absolutamente enfocado en el “yo”, mis deseos, mis aspiraciones, mis experiencias, mi tiempo, mis sentimientos. Como si el peor error que podría cometer alguien en la vida es entregarse de forma permanente a otro y comprometerse con hacerle feliz, poner a otro antes de si mismo en muchas ocasiones. O el horror de “decir adiós a tus aspiraciones” si decides empezar una familia.
¿Qué paso con el amor a la antigua, donde no todo se solucionaba con la división de los inmuebles, donde no todo se tiraba a la basura después del primer “uso”, donde dar era mas valorado que recibir? ¿Qué pasó con ese amor que se fortalece ante la adversidad, ese amor que se trabaja con ilusión, donde existen diferencias pero prevalece el respeto? Yo todavía creo en él.
El mito que han perpetuado ahora es que para lograr la felicidad siempre debes ir tu primero y que no puedes “compartir” esa felicidad con otro hasta que estés 100% satisfecho con tu trabajo, tus viajes o el número de tus experiencias sexuales. Que al que encuentres le puedas exigir lo que sea para hacerte feliz pero que no debes ofrecer tu nada a cambio, porque te lo mereces ¿no? Que ambos, con sus mañas y manías –que solo se intensifican con la edad- no necesitarán hacer ningún tipo de sacrificio por acoplarse. Que si te esperas hasta los treinta y pico para encontrar al “hombre perfecto” habrás cumplido las expectativas establecidas y estarás justo a tiempo de casarte, tener al “bebé perfecto” para sofocar con batidos de Kale, obtener las fotos más “instagram-worthy” y meterlo en las clases mas caras del Gymboree, que eso es lo importante.
Señores, el matrimonio es hacer uno de dos y eso requiere un sacrificio voluntario que aunque a veces cueste, es tan gratificante. Es de amar al prójimo como a ti mismo. Y aunque a muchos ahora no les guste escuchar esto, es innegable. Y cuando no es así tendemos a encontrar matrimonios rotos, familias rotas y sin duda, sueños rotos.
Es cierto que la vida es corta, pero no todo da vueltas alrededor tuyo. Claro, hay que disfrutar, conocer gente interesante, ser espontáneo, perseguir tus sueños, “bailar como si nadie te esta viendo”. Pero madurar, servir a otros, hacerte responsable de ti mismo y los demás, amar de verdad, definitivamente están subvalorados en nuestra cultura.
Si lo de hoy es la aventura de lo pasajero, tal vez nací en la época equivocada, porque no hay aventura que me haga más ilusión que la de pasar el resto de mi vida, altos y bajos con la misma persona, mi esposo.
Aunque coincido con que la gente no debería precipitarse a tomar una decisión tan grande como es el matrimonio, es precisamente esta idea de que todo el tiempo debes mirarte el ombligo como si es la cosa mas importante del planeta, lo que ha permeado tanto la imagen que tiene esta generación sobre el matrimonio.
El mundo de hoy esta absolutamente enfocado en el “yo”, mis deseos, mis aspiraciones, mis experiencias, mi tiempo, mis sentimientos. Como si el peor error que podría cometer alguien en la vida es entregarse de forma permanente a otro y comprometerse con hacerle feliz, poner a otro antes de si mismo en muchas ocasiones. O el horror de “decir adiós a tus aspiraciones” si decides empezar una familia.
¿Qué paso con el amor a la antigua, donde no todo se solucionaba con la división de los inmuebles, donde no todo se tiraba a la basura después del primer “uso”, donde dar era mas valorado que recibir? ¿Qué pasó con ese amor que se fortalece ante la adversidad, ese amor que se trabaja con ilusión, donde existen diferencias pero prevalece el respeto? Yo todavía creo en él.
El mito que han perpetuado ahora es que para lograr la felicidad siempre debes ir tu primero y que no puedes “compartir” esa felicidad con otro hasta que estés 100% satisfecho con tu trabajo, tus viajes o el número de tus experiencias sexuales. Que al que encuentres le puedas exigir lo que sea para hacerte feliz pero que no debes ofrecer tu nada a cambio, porque te lo mereces ¿no? Que ambos, con sus mañas y manías –que solo se intensifican con la edad- no necesitarán hacer ningún tipo de sacrificio por acoplarse. Que si te esperas hasta los treinta y pico para encontrar al “hombre perfecto” habrás cumplido las expectativas establecidas y estarás justo a tiempo de casarte, tener al “bebé perfecto” para sofocar con batidos de Kale, obtener las fotos más “instagram-worthy” y meterlo en las clases mas caras del Gymboree, que eso es lo importante.
Señores, el matrimonio es hacer uno de dos y eso requiere un sacrificio voluntario que aunque a veces cueste, es tan gratificante. Es de amar al prójimo como a ti mismo. Y aunque a muchos ahora no les guste escuchar esto, es innegable. Y cuando no es así tendemos a encontrar matrimonios rotos, familias rotas y sin duda, sueños rotos.
Es cierto que la vida es corta, pero no todo da vueltas alrededor tuyo. Claro, hay que disfrutar, conocer gente interesante, ser espontáneo, perseguir tus sueños, “bailar como si nadie te esta viendo”. Pero madurar, servir a otros, hacerte responsable de ti mismo y los demás, amar de verdad, definitivamente están subvalorados en nuestra cultura.
Si lo de hoy es la aventura de lo pasajero, tal vez nací en la época equivocada, porque no hay aventura que me haga más ilusión que la de pasar el resto de mi vida, altos y bajos con la misma persona, mi esposo.
2 Comments
Súper buen artículo. Ese punto de vista lo comparto 100% y me da tristeza que ahora uno sea el bicho raro por pensar así. Cuando al final de todas las vueltas y “tendencias” lo que más queremos todos es ese amor duradero, aunque no lo acepten.
Me encanto, son valores y principios biblicos,que No debemos permitir que se pierdan para nuestras generaciones