Cada año, con motivo del Día Internacional de la Mujer y el Día Internacional del Orgullo LGBTQ+, vuelven a estar en boca de todos términos como “equidad de género”, empoderamiento, liberación, etc.
Si bien muchos de estos términos, per se, aluden a aspectos positivos y deseables dentro de cualquier ámbito social – como libertad e igualdad ante la ley –, la ideología que yace tras de ellos esconde una sutil connotación en contra de la masculinidad, e incluso de la femineidad.
Al estudiar la relación entre hombre y mujer en los últimos siglos, parece como si el discurso se volcara automáticamente hacia la lucha entre dos extremos: el machismo y el feminismo, cada uno tan radical como el otro.
Sin embargo, ambas vertientes coinciden en algo: olvidan que hombres y mujeres poseemos capacidades complementarias – propias de nuestra naturaleza – de observar, comprender y abordar la realidad, y que no hay ningún beneficio resultante de la omisión de nuestras diferencias.
Por eso, para comprender dicha relación, debemos abordar sus tres aristas: igualdad, diferencia y complementariedad.
Igualdad: todos los seres humanos, hombres y mujeres, participamos plenamente de una única naturaleza: la naturaleza humana. Esta misma naturaleza, con sus dos modos de realización – la masculina y la femenina – nos hace iguales en valor y dignidad.
Además, deja en evidencia que ambos modos son plenamente humanos, mas no son toda la humanidad. Así, la plenitud de la humanidad se encuentra verdaderamente en la relación entre hombre y mujer, una relación que debe buscar la unidad y preservar la irreductibilidad de sus diferencias. (1)
Diferencia: se estima que la diferencia genética entre hombre y mujer se mide en un 3% (2), pero esta diferencia se encuentra en todas y cada una de las células de nuestro cuerpo. Esto deja entrever dos aspectos importantes: primero, compartimos más similitudes que diferencias, y, segundo, que nuestras diferencias están presentes en todo nuestro cuerpo y, por ende, en todo nuestro ser.
Sin embargo, dentro del marco del reconocimiento de tales diferencias, y en un esfuerzo por “comprenderlas”, se han convocado numerosos eventos que, lejos de clarificarlas, pretenden eliminarlas.
Dentro de ellos, podemos mencionar la Conferencia Mundial de Pekín, desde la cual se han convocado varias conferencias de seguimiento por parte de ONU Mujeres. Uno de sus objetivos era clarificar la verdad de ser mujer, pero se olvidó que sólo se puede lograr clarificar la verdad de ser mujer en la medida en que, simultáneamente, se trabaje por clarificar lo que significa ser hombre. (3)
Porque, si bien es indispensable hablar de una igualdad de derechos – fundamentada en la dignidad de la persona – no podemos reducirla a una mera uniformidad o descarte de nuestras diferencias. Hacerlo sería caer en el igualitarismo, que es tan grave como la subordinación.
Complementariedad: para conciliar la igualdad con la diferencia, es indispensable hablar de complementariedad. Ambos, hombre y mujer, bridan aspectos únicos e irrepetibles a todos los ámbitos en los que se desarrollan. Si se eliminan las diferencias se pierden los recursos que cada uno puede brindar.
Prueba patente de esto son las carencias que hemos visto en los diferentes ámbitos sociales a lo largo de los años: en la esfera pública hacen falta los recursos propios de la femineidad (como su predilecta preocupación por las personas), mientras que en la esfera privada se hace cada vez más evidente la ausencia de los recursos masculinos (como la ausencia de un modelo paterno en las familias).
Por lo tanto, es necesario reconocer que la peculiaridad de cada uno se apoya en el otro, nace de su relación y reciprocidad con el otro. Ante las recientes ideologías que pretenden no solo confrontar sino erradicar la auténtica naturaleza femenina y masculina, debemos recuperar la verdadera noción de lo que implica ser hombre y ser mujer.
Ninguna de ellas es indicador de superioridad ni inferioridad, sino de reciprocidad y complementariedad. Por lo tanto, la solución a los problemas sociales que equivocadamente buscan combatir dichas ideologías no radica en la “imitación” del sexo opuesto (que solo lleva a una falsa feminización o masculinización de la sociedad), sino que radica en aprender del sexo opuesto, reconociendo en él un llamado a la cooperación desde una auténtica femineidad y masculinidad.
¿Y cómo podemos empezar a hacerlo? La verdad es que llevamos siglos haciéndolo, desde la célula básica de la sociedad: la familia. No hay mejor ámbito en el que se pueda expresar claramente la auténtica complementariedad entre hombre y mujer como en la familia, formada a través de un matrimonio.
Fuentes:
- Casanova, Gloria. El don del amor: complementariedad entre hombre y mujer.
- Castilla de Cortázar, Blanca. Identidad personal, lo masculino y lo femenino. P. 4
- Araújo de Vanegas, Ana María. Complementariedad y mujer.
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