Boleros del abuelo

Por Gabriela Arroyo / AFI Joven.

Estabas esperándonos en tu sillón rojo. Cada domingo después de misa ansiabas que tus nietos llegaran a tu pueblo, el lugar en el conociste a mi abuelita. Ahí permanecías sentado con puntualidad para la hora del almuerzo, pues disfrutabas comer junto a nosotros.

Los nietos abríamos la puerta y se empezaba a escuchar la voz de Agustín Lara o Los Panchos. En ese sillón en el que cantabas tus boleros también nos contabas historias y recuerdos. Hace poco celebramos el día de los abuelos y decidí escribir estas palabras a ti y a todos los abuelitos que ya se despidieron de nosotros, porque, aunque ya no estás en tu sillón rojo escuchando “Rayito de luna”, sé que cada vez que escucho tus boleros me acompañas a cantarlos.

Iluminaste mi cielo y mi camino como un rayito de luna. Tu presencia y la de todos los abuelos nos transmiten aprendizajes distintos a los que aprendemos con los padres. Ustedes son quienes nos recuerdan de dónde venimos, que para caminar hacia adelante, hay que tener presente nuestro origen, las raíces que nos formaron.

En un mundo que corre, que vive en la prisa, tú me enseñaste el valor de la serenidad; los jóvenes a veces olvidamos que en algún momento de la vida ya no podremos realizar todas las actividades que solíamos hacer, que el cuerpo humano se desgasta. Tú que eras una persona muy activa te llevaste la sorpresa cuando poco a poco tu cuerpo te anunciaba la vejez. Sin embargo, aprendiste a estar en la quietud, a valorar cada etapa de tu vida y aceptar que ya era momento de descansar.

Esa fue una gran lección de vida para mí, aceptar la vida en su totalidad, con una sonrisa. Notaba como disfrutabas ver a tu familia, ver crecer a tus nietos y ver a tus hijos realizados con sus familias y proyectos. Recuerdo que siempre enfatizabas la importancia de realizar las cosas bien, de esforzarnos, de luchar por nuestros sueños.

Nos empujabas a no quedarnos en un mundo mediocre, a no conformarnos con la pasividad, pues para ser buenos, hay que actuar, no sólo evitar el mal. Contigo aprendí a agradecerlo todo, en un país donde no todos tienen la posibilidad de acceder a las necesidades básicas y a la educación. Quienes tenemos ambos regalos debemos aprovecharlos para hacer una Guatemala más humana, para que algún día esas necesidades se cubran, para que vivamos en una patria más justa. Con estos aprendizajes que nos ibas transmitiendo fui forjando mis valores.

Abuelito y abuelitos, reflejo de la historia. Ustedes son las gemas que nos enseñan a valorar el tiempo, porque la vida es una y poco a poco se nos va. Cada vez que sacábamos los álbumes de fotos para verlos en familia, ibas contando tu vida en cada imagen. Tus amistades, tu boda, tus partidos de fútbol, las graduaciones de tus hijos, una historia plasmada en fotografías en blanco y negro, y después a color. Con esas historias apreciaba que con el paso del tiempo adquiriste sabiduría, aquella que sólo un abuelo puede transmitir.

El día que falleciste se nos fue un ángel a descansar. Da la casualidad de que te llamabas Miguel Ángel, considero que diste honor a tu nombre porque fuiste un angelito con todos los que amabas, nos llenabas de cariño con tus abrazos y detalles. Recuerdo que cuando mi abuelita te habló antes de que pasaran a velarte, te habló con tanta paz. Hasta la fecha sigo asombrada, te hablaba con tanta serenidad y gratitud, ella sabía que habías entregado todo en esta tierra hasta el final, ya habías cumplido tu misión en este mundo.

Fuiste un farolito en el mundo y en nuestra familia. Hoy descansas y seguro estás contento con el legado que sembraste, como buen abuelo pusiste semillas con paciencia, y aunque no lograste ver todos los frutos siempre tuviste la fe y confianza de que todos se darían a su tiempo. Hoy y siempre te celebro a ti y a todos los abuelitos porque cada uno fue un rayito de luz en su familia, porque cada uno nos enseña y nos recuerda la importancia de la memoria, de la tradición e historia.

Te llevo hasta la raíz abuelito, porque sin ti no estaría aquí apreciando la vida. Termino de agradecerte con un bolero, quiero honrarte con la música que cantabas incluso cuando ya no te podías levantar. Hoy te imagino en tu sillón rojo siempre dispuesto a escuchar un bolero más, las circunstancias que te llevaron a inmovilizarte no te detuvieron para escuchar a Pedro Infante, así que te canto: “si vivo cien años, cien años pienso en ti”.


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