Por: Luis Antonio Hurtarte
Una vez no basta…
La enseñanza necesita constantes refuerzos. Eso dicen los expertos de hoy con frases “grandilocuentes”. Papá Héctor aprendió y enseñó con poemas: Ave de pico encorvado:
Le tiene al robo afición-
Pero el hombre de razón
No roba jamás un cobre-
Pues no es vergüenza ser pobre
Y es vergüenza ser ladrón. (J. Hernández)
Hay mañanas como hoy que amanezco repitiendo con su voz en mis oídos.
Para el agobio de nuestro tiempo
Mentiría si dijera que nunca vi a mi padre alterado. Pero puedo contar con los dedos de una mano las veces que esto sucedió. Él solía repetir: “Mientras más grandes son los problemas, mayor calma y mayor serenidad debes tener para resolverlos”.
En este camino que me ha tocado vivir sin su presencia física -casi 40 años ya- no he dejado de escucharle diciendo lo mismo, sino que lo he puesto en práctica, ha sido mi culpa: perdón papá Héctor.
La excusa ideal para recordar
Él tenía un gusto especial por cultivar flores. Creo que sus favoritas eran las “dalias”. Algunas fotos hay en las que nos veíamos retratados haciendo esa labor los sábados por la tarde, después de almuerzo: una palita, los “bulbos”, un pequeño banquito de madera y los arriates -nada extraordinario- de nuestra casa “old fashion” cerca de la Torre del Reformador. Y cuando ya estaba todo terminado y aquellas plantas empezaban a florecer, la enseñanza a manera de estribillo: “las flores son lindas. pero no se tocan”.
Grabado en mi memoria
Confieso que me cuesta empezar este breve relato. Cada uno de los recuerdos de mi padre se ve “condimentado” con las cosas que me cuentan mis tíos y mis primos, las personas que lo conocieron y lo trataron -quedan ya muy pocas-. Parece que los veintiún años que viví con él tienen un corolario grabado a fuego en mi memoria, como un testamento muy simple, pero muy práctico. Él nos repitió hasta el cansancio: “El mundo se conquista con la sonrisa en los labios y el sombrero en la mano”. Cada uno puede interpretarlo a su gusto. Yo los resumo así: alegría y amabilidad. ¡Hasta siempre papá Héctor!
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