Me gustaría decir que me he sorprendido por la noticia sobre la despenalización del aborto hasta las 24 semanas en Colombia. La Corte Constitucional aprobó lo que se ha mal llamado “interrupción voluntaria”, un eufemismo para el homicidio intrauterino, pero esto no sorprende como no sorprende que el avance de tales legislaciones se este produciendo en la Hispanoamérica cristiana por definición histórica. Esto es el producto de millones de dólares invertidos en propaganda, en adoctrinamiento y hasta en comprar voluntades de funcionarios que no poseen el mínimo pudor para legislar a favor de leyes que permiten el infanticidio.
Los argumentos en contra de tales actos son innumerables y de acceso al público, por lo que sería repetitivo volver a recalcarlos. Por ello, me concentraré en lo siguiente: el infanticidio como arma de dominación política. No se trata de un derecho, tampoco de un medio de liberación de la mujer de la supuesta “opresión sobre su cuerpo”, es más, tampoco se trata de una forma de acabar con el patriarcado. Se trata sencillamente de un medio de control poblacional. A estas alturas los medios de control de la natalidad basados en la libre elección de los sujetos son, al parecer, insuficientes. Ya no se trata de desarrollar económicamente a la población para que esta lleguen por su propia cuenta a la conclusión que una familia requiere compromiso a futuro. Lo ven como algo negativo, cosa que también es un error comprobado científicamente.
Se acude ahora a la esterilización masiva sin consulta y aprobación de la persona. El tema del aborto es ahora el medio no solo para acabar con la vida de millones de seres humanos, sino para destruir el alma y la conciencia de toda la sociedad. Nunca en la historia un movimiento como el feminismo había alcanzado el poder como lo tiene ahora. El feminismo podría ser considerado como una ideología totalitaria y genocida, pero ojo, en esto el “gatopardismo ideológico” de las derechas en la región tienen mucho que decir, ya no solo la izquierda.
Quien afirme hoy que el aborto es una conquista social o peor aún, una conquista de las mujeres, está no solo distorsionando la historia, sino que reafirma que proteger la vida humana ha pasado a un segundo plano. Hay una lucha mundial y continental por la vida que no se divide entre conservadores y progresistas o entre derecha o izquierda. Plantear este dilema así no dimensionaría la aberración de las leyes antivida, como la ley recién aprobada en Colombia y de la infinidad de propuestas que están en manos de fuerzas políticas en todo el continente y que intentan ponerse al tono: imponer el aborto como mecanismo que derruya las bases morales de la sociedad, que destruya la continuidad del precepto del matrimonio, pero sobre todo que determine en las mentes jóvenes un lenguaje autodestructivo.
No hay que olvidar que la validación del infanticidio como derecho supone una de las inversiones más profundas que la institucionalidad de quien la promueve hace en los futuros líderes políticos. Si bien es cierto, desde la concepción de las implicaciones de la democracia en nuestras vidas se determina que la voluntad de la mayoría manda. Eso no implica que la minoría calle y el hecho de que se haya impuesto esta ley no implica que se pueda cambiar una vez la correlación de fuerzas políticas cambie.
Es falso suponer que al ser un derecho no puede ser denegado después. Pero volviendo al meollo de este tema, lo que está claro es que el matar a otro ser humano en el vientre materno jamás podrá ser calificado como un derecho.
Las opiniones expresadas en este blog son propiedad de sus autores.
Foto: El País
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