Amar o usar, he ahí el dilema

columna :::a contracorriente:::

Lo contrario de amor no es el odio, es usar a las personas.

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Por María Renée Estrada

Hoy en día es bastante común escuchar los jóvenes, en noviazgos relativamente cortos, decirse repetidamente cuanto se aman. A veces hasta asusta lo rápido que “sienten” ese amor tan intenso y profundo.  Creer que el amor se siente es uno de los problemas más grandes de la sociedad actualmente, porque entonces cuando dejo de sentirlo tengo derecho a buscar otro que me haga volver a sentir algo (o al menos eso es lo que creemos y queremos pensar).

Basar las decisiones en sentimientos puede causar graves problemas; los sentimientos son fugaces y cambian fácilmente de un momento a otro. La verdad, por el contrario, es estable y fiable. Para que las personas se amen correctamente, deben desear primero lo que es bueno para el otro. La meta debe ser entonces, pasar de un amor autocomplaciente – que en realidad es egoísmo, lujuria – a un amor verdadero, que es amor de entrega.


Todo ser humano debe aprender a amar, verdaderamente, y esto puede ser bastante difícil cuando no tenemos ejemplos sobresalientes de donde aprender. Por ejemplo, desde antes que tengamos conciencia de lo que es realmente  la sexualidad, los medios de difusión nos bombardean con mensajes de permisivismo o nos invitan a “explorar” cosas que ni siquiera entendemos todavía.

Entonces, ¿amar o usar?

Lo contrario de amor no es el odio, es usar a las personas. Frecuentemente esta conducta no es realizada mal intencionadamente, la mayoría simplemente hacen lo que aprendieron mal. Buscan maximizar el placer para minimizar el dolor que llevan en el corazón, a costa de los demás.

El hombre tiende a evitar el dolor, es por ello que le cuesta tanto amar plena y verdaderamente. Quien busca realmente amar sabe que en el camino encontrará muchos obstáculos, pero que es justamente a través de estos como podrá elevar el amor a su verdadero significado. Amar es donación, entrega y sacrificio. El amor tiende al bien del otro, como el amor incondicional de los padres hacia los hijos. Quien no está dispuesto a esa entrega constante, quien no quiere exponerse eventualmente al dolor y al sacrificio, quien únicamente quiere velar por su propia felicidad, encontrará muy difícil verse envuelto en la plenitud del amor verdadero.

Salir de uno mismo al encuentro del otro, y a la búsqueda del bien por los demás, es el primer paso para empezar a amar plenamente. 

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