Por María Alejandra Poggio / AFI Joven.
En la actualidad, la corriente antinatalista gana cada vez más fuerza, nutriéndose con nuevos argumentos y avanzando entre las generaciones más jóvenes. Sus mayores promotores han destinado, desde hace décadas, grandes sumas de dinero y esfuerzos a apoyar programas de control de natalidad.
El antinatalismo es una corriente de pensamiento con carácter ideológico que se opone a la procreación y el nacimiento de seres humanos. Tomando en cuenta que las ideologías se han definido como el “conjunto de ideas elaboradas conscientemente, utilizadas como una herramienta que busca transformar el sistema social, político o cultural existente, a través de la manipulación del pensamiento y el comportamiento de las personas”, es válido preguntarnos: ¿cuáles son los verdaderos intereses detrás de quienes militan por la corriente del antinatalismo?
Su estrategia comienza por utilizar una terminología políticamente correcta como “derechos reproductivos” o “salud reproductiva”, mostrando una falsa preocupación por el bienestar de las personas detrás de la cual esconden sus verdaderas motivaciones. La intención es promover la idea de que prevenir nacimientos es una apuesta “segura” por un mundo con menos sufrimiento, un mundo “mejor”.
El siguiente paso es hacernos creer y aceptar como una verdad que existe un “exceso poblacional” y que el mismo es el responsable de la pobreza y demás problemas del mundo. Peter Singer, un filósofo utilitarista y controversial, proponía que “lo mejor que podemos hacer por los pobres, es ‘ayudarles’ a reducir su población”.
El concepto “exceso poblacional” surge del supuesto de que existe una relación negativa entre el crecimiento demográfico y el crecimiento económico. En otras palabras, el crecimiento de la población representa un freno para el desarrollo (Coale y Hoover, 1958; Simon, 1980; Watkins y Walle, 1983; Romero, 1998).
Cuando se apoya la idea de que el crecimiento demográfico es el problema, nos estamos encaminando a un futuro con efectos negativos que vamos a lamentar y vamos a querer corregir cuando ya sea tarde. Llama la atención que las políticas demográficas han sido orientadas, gracias a la influencia de factores ideológicos e intereses de grupos de presión, a las poblaciones de países menos desarrollados, sociedades con altos niveles de analfabetismo y pobreza, migrantes, enfermos y razas específicas.
Estamos viviendo las consecuencias de la deshumanización que comenzó desde hace décadas. Se han utilizado datos demográficos para desinformar y promover la idea de que hay personas que “están de más” y son las responsables de los males sociales, con el fin de justificar el “matarlos hoy” y “prevenir” que nazcan más para, según ellos, evitarles y evitarnos las consecuencias de un futuro con más pobreza, más hambruna, más sufrimiento.
Existen diversos ejemplos que reflejan lo que estas estrategias y políticas intentan hacer, no son sobre salud, ni derechos, es una forma de imponer control sobre otros países y reducir, por todos los medios, sus índices de natalidad. Uno de estos es India, en donde se han lanzado campañas de esterilización masiva, aborto e infanticidio selectivo de niñas. Uno de los mayores efectos de estas medidas es el desequilibrio de sexos, donde la población masculina supera en más de 1 millón a la población femenina.
Otro caso dentro del continente asiático es China, con un régimen autoritario que impuso su política del hijo único, ofreciendo abortos y esterilizaciones de la mano de incentivos económicos. El mayor problema que enfrentan hoy en día es un desequilibrio demográfico, al igual que India, y el envejecimiento acelerado de su población.
En África, el gobierno recibe donaciones importantes provenientes del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional para financiar anticonceptivos, mientras que las vacunas y medicamentos siguen escaseando. ¿Hasta dónde va a llegar esto? Parece que su intención no es precisamente ayudar a mejorar la salud y las condiciones de vida o la cura de enfermedades, parece que “ayudarles” a no seguir teniendo más hijos es la única solución que les ofrecen.
Por años, se han preocupado por promover el uso indiscriminado de preservativos y anticonceptivos, campañas para implantaciones de dispositivos intrauterinos (DIU), esterilizaciones masivas y abortos. Pero ¿quién realmente se preocupa por proteger la vida de estas personas?
Está bastante claro que los problemas de desintegración que nuestras sociedades enfrentan actualmente se deben a la ruptura de las estructuras familiares. No necesitamos más control de natalidad ni deshacernos de un “excedente de la población”, necesitamos más desarrollo, y para eso, necesitamos proteger la estructura básica de nuestra sociedad: la familia.
Nuestro punto de partida es buscar la forma de desarrollar más opciones que permitan compatibilizar la vida laboral y la vida familiar, tanto para mujeres como para hombres.
Necesitamos construir comunidades orientadas a las familias, donde se fomenten los ideales familiares y profesionales de hombres y mujeres, donde se brinde apoyo institucional a mujeres para que se puedan adaptar a un nuevo modelo en el que puedan equilibrar su carrera profesional y cualquier otra esfera de su vida, donde se apoye el matrimonio y se promueva la paternidad responsable, donde no exista tensión o discordancia con las aspiraciones profesionales y el querer tener hijos, donde se refuercen los sistemas sanitarios y de personas en situación vulnerable y, donde prioricemos el bienestar y cubrir las necesidades básicas de toda persona.
Hoy en día nos enfrentamos a varios retos, pero es necesario que los abordemos para tener una oportunidad de poder aliviar el impacto y las heridas que estas medidas y políticas han provocado en nuestras sociedades. Y tal vez, solo tal vez, podamos redirigirnos hacia un mundo que protege a los más vulnerables, un mundo que respeta y valora la vida, un mundo más humano.
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