Una visión antropológica correcta ve en la sexualidad un elemento básico de
la personalidad, un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los demás, de sentir, de expresar y de vivir el amor humano. Por eso, es parte integrante del desarrollo de la personalidad y de su proceso educativo. Ahí ya hay
discriminaciones.
Porque hay discriminaciones, y no precisamente de minorías. En nuestra
sociedad que es por definición una sociedad machista, resulta curioso plantear ahora el caso de los niños. Pues resulta que después de años de hablar de discriminación de las niñas en la escuela y de la necesidad de combatir los estereotipos sexistas, hay quienes sostienen ahora resulta que los niños son “los marginados”. Son
comentarios que vienen de países europeos, pero pueden servirnos: al menos, eso
dicen pedagogos, psicólogos y orientadores familiares, que están indicando señales
de retroceso en los varones. Una causa principal, dicen, es que no se atiende
bien a las necesidades específicas de los muchachos, lo que no les es ayuda para
desarrollar su identidad específica. Es como si la lucha contra el machismo hubiera
ocasionado, de rebote, la pérdida de modelos masculinos.
Lo que ha alertado es el alto porcentaje de niños en las estadísticas con
fracaso escolar, dificultades de aprendizaje, problemas afectivos, aislamiento,
violencia. Hay cierta unanimidad en esos investigadores: los muchachos también son distintos y, por tanto, requieren una educación diferenciada, en el colegio y desde los primeros años de vida.
Para confundir más, muchas veces las características naturales de los niños
han solido resumirse en estereotipos que perjudican la idea de hombre: la fortaleza
se ha confundido con la violencia; la virilidad con la promiscuidad; la valentía con la
imprudencia; y la imagen del hombre inteligente se ha confundido con la del hombre
arrogante, sexista y racista. El debate suele plantearse a nivel de la escuela,
aunque es tema más amplio. En Alemania, por ejemplo, Der Spiegel, revista no
sospechosa de defender valores tradicionales, afirmaba que «lo que a finales de los
años sesenta se celebró como una gran reforma -la enseñanza conjunta a hombres y
mujeres en todas las asignaturas- ha resultado ser un fallo tremendo. Fue uno de los
errores pedagógicos más graves de los últimos decenios».
El punto es simple pero profundo. Es educar a niños y niñas de acuerdo al
sexo de cada uno, sin estereotipos, pero con diferencias reales, positivas. Lo
recuerda Janet Daley, columnista de The Daily Telegraph. “El colapso de la disciplina y la falta de autoridad en el colegio y en el hogar ha sido desastroso para los chicos y no tanto para las niñas, que tienen sus propias ‘vacunas’”.
En el mismo sentido, Ted Wragg, de la Universidad de Exeter, piensa que,
además de la falta de autoridad, echan de menos en la escuela metas que puedan
estimular a los chicos. El varón tiene que palpar los avances, necesita competir,
acumular información, etc. Objetivos que se han abandonado en muchos programas escolares de todo el mundo, por un afán igualitario de sexos.
Al revisar todos esos diagnósticos sobre los problemas de los chicos, a veces
se tiene la impresión de que los expertos generalizan. En todo caso, recuerdan algo
fundamental. Es importante adaptar la formación que reciben los muchachos a su
peculiar psicología. Pero interesa más darles una familia completa, en la que no falte el padre, que ha de ser su principal modelo masculino.
Una colaboración de José Joaquín Camacho.
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