Del Amor en tiempos confusos

Hace un par de semanas fue a canjear un regalo de cumpleaños a un spa, mientras me atendían observaba unos corazoncitos pegados en las ventas que decían “love”, “valentines”, “forever” y me quedé pensando.

POR SARA DÁVILA DE CARRERA, Licenciada en Psicopedagogía.

Recién pasó el Día del cariño y como los negociantes quieren vender es una buena ocasión para promover sus servicios de belleza. Lo aprovechan las tiendas por departamento, los almacenes de electrodomésticos, los restaurantes, las tiendas de mascotas, los moteles y los fabricantes de anticonceptivos y contraceptivos.

​Las tres palabras: amor, Valentín y para siempre se acercan muy bien a lo que la gente entiende por amor… ¡un flechazo que dure para siempre! Y aunque muchos digan que eso es cursi y pasado de moda, me atrevo a decir que la gran mayoría, tanto de hombres como de mujeres buscamos un amor que dure para siempre: lo vemos en las películas, lo leemos en los libros, lo escuchamos en las canciones y en las conversaciones. El amor es un acto de la voluntad que implica fidelidad para siempre y aunque hubiéramos desconocido la definición, nuestro corazón buscaría lo mismo, basta con ver los “posts” de la gente en las redes sociales “eres el amor de mi vida”, “te amo hasta el infinito”, “eras única”, “eres el mejor”: lo que todos expresan es excluyente, sólo puede amar a uno (si es amor “eros”).

Aprovechando la ocasión pensé sobre mi propia historia de amor. Tan sencilla como la de muchos y a la vez tan fascinante; a cualquiera que tenga ganas de escuchar se la cuento, pudiéndola resumir de la siguiente forma. Un sábado cualquiera conocí a un joven; simpático, guapo, atento y pensé con él me voy a casar, punto. Empezamos a conocernos y vimos que queríamos conocernos más; nos hicimos novios, nos presentamos mutuamente a nuestras familias y amigos, crecimos en el amor, nos seguimos conociendo y nos comprometimos. Después de un año de compromiso nos casamos, tuvimos una hija, estamos esperando a la segunda, hemos sido muy felices (venciendo obstáculos que toda relación trae, obviamente) y esperamos seguir así para siempre.

¿Pero qué pasa en el mundo actualmente? Pareciera que la gente está aburrida de sus propios matrimonios, unos incluso antes de casarse. Me da una gran tristeza- ya algunas veces coraje- escuchar comentarios de personas que están por casarse y hablan como si ese día se fueran a morir, se les va a acabar la diversión y el esposo o esposa “ya no los van a dejar hacer lo que a ellos les gusta”. Muchos otros dicen que no, mejor no casarse sino quedarse cada quien en su casa cómodamente, total algunos días duermen juntos y la pasan bien, pero no quieren más responsabilidades. Pareciera que el punto es utilizar al otro: mientras me complazca estamos bien. Ambos se engañan.

¿Dónde ha quedado el amor? Una vez leí un libro (Noviazgo para un tiempo nuevo) que decía que el momento de casarse era cuando uno se daba cuenta de que ya no podía vivir sin el otro. Qué lindo pensar en eso, ya no puedo vivir sin ti porque contigo soy más feliz, soy mejor persona…

Recuerdo el momento en el que me casé y le dije a mi esposo “Yo te recibo como mi esposo y me entrego a ti” en esa frase ya todo estaba dicho. Lo estaba recibiendo con sus virtudes y defectos y me estaba entregando a él toda yo. Pero aún había más… “prometo serte fiel en la salud y la enfermedad, las alegrías y tristezas y amarte y respetarte todos los días de mi vida”. ¿Qué hay más romántico que la promesa de que un amor durará para siempre?

Entonces, ¿por qué tanta desidia?, ¿es acaso que el hombre está cansado del “amor” o de lo que conoce como tal?, ¿o es tal vez que está cansado del placer sin compromiso?  Ya no sabe si realmente quiere comprometerse con el novio o conviviente porque están unidos en cuerpo y alma, sin saber si realmente es esa la persona con quien quieren estar el resto de su vida… porque el mundo nos ofrece algo engañoso; compromisos semi-estables, acciones sin consecuencias. Todo depende de lo que queramos aquí y ahora.

Si hablamos de lo que debiera pasar natural y ordenadamente podríamos decir lo siguiente: un hombre y una mujer se atraen, se gustan, se enamoran; deciden unir sus vidas para siempre. Se aman tanto que se dan completos – en cuerpo y alma- y un día la esposa resulta embarazada. Al tiempo nace un niño al que ambos padres cuidan y educan. Podría decirse que cuando el esposo le pregunta a la esposa ¿cuánto me amas?, ésta le podría señalar al niño y decirle: ¡así!

¿Y por qué digo que es lo que debiera pasar natural y ordenadamente? Porque ahora vemos muchos desórdenes: familias rotas, mujeres y hombres que tienen que cuidar a sus hijos solos o dejarlo con alguien más porque no han podido protegerse a ellos mismos y a sus hijos (y al hablar de protección no hablo de anticonceptivos, me parece un insulto la frase de “nos estamos cuidando”, como si el niño fuera un animal rabioso). ¿Por qué entregarse por completo a alguien que no quiere comprometerse conmigo para siempre? El mundo lo pone fácil y los comerciantes ofrecen una gran variedad de métodos que no permiten que de la unión de cuerpo y alma de un hombre y una mujer se produzca vida. Estas soluciones rápidas y fáciles no sólo impiden que nazcan niños sino que desgastan a la personas de tal manera que luego no pueden amar (estamos hablando de un amor verdadero, que busque el bien del amado por encima del propio).

Es verdad que uno sólo puede hablar de lo que sabe y ha vivido, por el hecho de haber tenido relaciones conyugales únicamente dentro del matrimonio, es la experiencia que puedo compartir. La entrega total le da sentido a mi matrimonio.

¿Pero sé algo respecto a las relaciones conyugales fuera del matrimonio? Sí, por lo que me han compartido amigas y conocidas he conocido la angustia de un retraso, el miedo a no haberse tomado una píldora, el susto de un condón roto, la preocupación de tener que hablar con sus papás acerca de un embarazo anticipado y por eso pienso que no vale la pena una entrega a medias, si al final ninguno está contento. Hacer las cosas en orden, aunque en su momento cueste nos permite disfrutar de cada etapa de la vida con mayor plenitud.

Con relación al día del cariño vemos en la calle anuncios de moteles y de condones. No le veo lo romántico a que lo inviten a uno a dar un paseo de tres horas y después lo devuelvan a su casa dejando que uno se sienta solo, usado y encima preocupado por un posible embarazo. Cada método contraceptivo tiene su mecanismo. La T de cobre no permite que un óvulo fecundado se implante (acabando con la vida concebida), las píldoras e inyecciones engañan al cerebro impidiéndole ovular (dañando a la mujer, a quien en algunos casos le ha causado problemas cardiovasculares), los abortos obviamente atacan directamente al gameto, cigoto, embrión o feto (¡Si, bebé!) y el condón que pareciera ser el más inofensivo también tiene sus efectos, pues su no siempre evita que haya un embarazo sino que además evita que los agentes inmunológicos y antidepresivos propios del semen y de las secreciones vaginales actúen, reduciendo el placer que una relación sexual conlleva.

Nunca olvidaré la vez que expertos en la fabricación, comercialización y distribución de anticonceptivos y contraceptivos visitaron mi parroquia para explicarnos lo rentable del negocio y alguien preguntó por qué no estaban bien vistos dentro del matrimonio, a lo que el sacerdote que estaba en el panel contesto: es como si uno masturabara al otro. Esa frase me hizo pensar ¡qué horror!, allí no hay entrega sino únicamente placer. A nadie le gusta que lo traten como carrito viejo (donde todos aprenden a manejar), cada uno anhela sentirse especial, amado, necesitado.

Celebremos no solo en San Valentín sino siempre un amor verdadero. No podemos conformarnos con menos. No podemos cambiar amor por sexo ni sexo por amor. Debemos aprender que cada cosa tiene su momento y lugar. De esperar al matrimonio no conozco a nadie que se haya arrepentido, tampoco de decirle sí a la vida.

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