Por Karla de Rodríguez
Meses antes, cuando acababa de empezar a conocerla, le pregunté: “¿Eres caballeroso con ella? ¿Le abres la puerta del carro? ¿La acompañas a la puerta de su casa para despedirla? Digo, no porque quieras algo con ella sino…” Sin dejarme concluir me respondió: “Por supuesto que si mami, no porque quiera algo con ella sino porque es mujer”. Sé que está convencido que la mujer merece ese trato; yo también lo creo.
La caballerosidad no es de generación espontánea. Un hombre no se levanta un miércoles por la mañana y dice: “A partir de hoy seré caballeroso” o se toma 3 cápsulas diarias de “Caballerositamol” durante 7 días y al final del período es un Mr. Darcy (protagonista de la película “Orgullo y prejuicio”, 100% recomendable).
Hay una frase que afirma que “Un hombre que trata a una mujer como princesa es porque ha sido educado por una reina.” Ciertamente la frase es muy linda pero es una visión muy reducida de la caballerosidad y pone solo sobre los hombros de la madre la formación de las virtudes necesarias para que un hombre sea un caballero.
Quizá ése es un buen punto de arranque, las virtudes. La caballerosidad es una virtud cuyo presupuesto son otras virtudes. Una evidente sería el respeto, pero también se requiere generosidad, templanza y humildad, por ejemplo. Todas estas virtudes son eslabones de la misma cadena, se aprenden desde la infancia y para enseñar, lo primero es el ejemplo. Los niños ven, los niños hacen.
Recordemos que muchas veces el hijo varón aprende de su papá la relación social con los demás. Así funciona, hombres y mujeres somos diferentes cromosómica, anatómica, fisiológica, psicológica y emocionalmente. Madre y padre enseñan diferentes valores y virtudes. Normalmente, la mujer educa en la empatía, generosidad, desprendimiento, el servicio a los demás, etc., porque su parte humanística es muy fuerte. Y, por lo general, el padre en la formación de la fortaleza, la templanza, la disciplina, el respeto a los límites, etc., que requieren de una parte fuertemente racional. ¡Esa complementariedad es buena y necesaria! Esto no quiere decir, de ninguna manera, que no puedan enseñarlo ambos o que a la falta de alguno no dé fruto el esfuerzo del otro en la formación de sus hijos.
Un hijo ve el cuidado de su padre en los detalles con su madre, con sus hermanas, el esfuerzo en cubrir las necesidades del otro, incluso por encima de las propias, tener paciencia, saber llevar las contrariedades, perdonar, en fin, más que dar… darse. Eso exige, indefectiblemente, un constante renunciar a lo que se quiere, se antoja, apetece, es más fácil, más cómodo o gusta más en aras de lo que es correcto, que a veces es lo mismo pero a veces no. La templanza no es una virtud fácil de alcanzar. Elegir el deber por encima del placer requiere fortaleza. ¿No les parece que hacen falta más templados en el mundo? Un caballero no puede serlo sin “temple de acero”.
Será difícil aprender a respetar a una mujer si un hijo ha visto a su padre levantarle la voz a su madre o ser despectivo en su lenguaje corporal o verbal o si la ha visto descalificarla. Ese trato respetuoso modela el que el hijo tendrá con otras personas, sobre todo el que tendrá con el sexo opuesto. El trato a la mujer se aprende en casa. Educar a un caballero lleva consigo el arte de enseñar a amar. Solo cuida el que ama, solo “se da” el que ama. Hace falta educar para que, como el título de ese libro, sin una letra de desperdicio, descubran “El poder oculto de la amabilidad”, virtud que el hijo ha visto, principalmente, en su padre.
Después del ejemplo, debemos dar, no solo dosis razonables de jarabe de lengua, repetidamente, sino hacer pensar, dialogar y ayudar a tomar decisiones “para vivir” y “para la vida”. Recuerdo esa frase que escuché tantas veces en mi infancia: “Primero: las damas”. Esto no es una muestra de machismo sino todo lo contrario. Primero las damas, la mamá, la hermana, la abuela, la novia, etc. Es sencillo, los buenos modales son el principio de la caballerosidad; “los hombres valiosos son educados y respetuosos con las mujeres”, como afirma mi esposo.
Mi hijo mayor, hablando del artículo, me dijo: “Es muy importante ser caballeroso ya que demuestra un nivel de educación que va más allá de ser una buena persona, demuestra que se está dispuesto a sacrificar las pequeñas cosas para obtener sonrisas.”
Pero un verdadero caballero no lo es selectivamente. Él agregó: “Un hombre caballeroso demuestra que valora a una mujer no por cómo se ve, cómo se viste o lo que tiene. La caballerosidad demuestra que se valora a la mujer por el ser mujer, ya que los caballeros son caballeros con todas las mujeres.”
Se aprende en casa a ser sincero y honrar la palabra dada, a siempre pedir disculpas cuando se obra mal y a jamás culpar a otros de sus decisiones o acciones, a no interrumpir y respetar las opiniones ajenas y no humillar cuando no coinciden con las nuestras, el autogobierno conduciendo en el tráfico, eso hacen los caballeros.
Aprende de sus padres a ceder el paso en un cruce, a levantarse del lugar para dárselo a una mujer, a una persona mayor o con necesidades especiales, a ceder el paso a quienes caminan a su lado, a nunca comenzar a comer si los demás no están listos y menos si la anfitriona no se ha sentado y a no levantarse de la mesa si ella no ha terminado de comer. Aprende a ayudar a otros, sobre todo a una mujer cuando va cargada, a cederle el saco o abrigo cuando hace frío o cederle el lado interior de la acera al caminar a su lado, aprende a acercarle el asiento, le ofrece su brazo para que se apoye en él, aprende de su padre a que jamás se queda mirando fijamente a ninguna, sobre todo cuando va acompañado de otra, sobre todo si es a la que ama. Solo el amor que no conoce de traiciones, incluso en la mente, es el único que llega hasta el final, el amor de un caballero.
No había considerado un aspecto que mi hija mayor me hizo ver (Si, ¡todos tuvieron que ver con este artículo!): “Así como tratan a la mamá y a las hermanas lo tratarán a uno” y uno puede conocer a un caballero en cómo trata a los demás, porque no se comporta bien solamente con las personas que le conviene o con las que quiere quedar bien, un caballero lo es con todo el mundo, o en las situaciones adversas. No se trata solamente de un comportamiento exterior, que con esfuerzo puede lograrse y mostrar una aparente delicadeza con la mujer. Es algo más profundo y esencial.
No es que hoy día ya no existan caballeros, es que las mujeres, quizá por ideas “progresistas feministas”, dejamos de enseñarlo, de pedirlo, de esperarlo y cuando estás dispuesta a recibir menos de lo que mereces terminas recibiendo menos de lo que esperabas.
Hace falta rescatar esa virtud tremendamente masculina, sobre todo rescatar al padre de familia, un caballero que no crea seguidores, sino nuevos caballeros cuando se afinca la masculinidad propia y dada por la naturaleza, ahí reside el honor. Recordemos, para inspirarnos, con sentido de compromiso y con visión de futuro, en la formación de futuros esposos y padres, que innumerables caballeros dieron su vida por sus principios; nosotros podemos educarlos para renunciar a un poco de comodidad.
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Excelente!!!! Felicitaciones!! Siga publicando! Dios la bendiga!!
Bello artículo! Todo un plan para guiar a nuestros pequeños en todas las virtudes para con los demás. Me encantará leer el cómo educar a una dama.
Me encanto! Pero ciertamente no puedo esperar menos de su escritora!!!
Buenísimo Karla, y qué cierto.
Excelente!!!refrescante para todos!!! Gracias
Es un artículo interesante, pero está enfocado únicamente para formar caballeros en una familia completa. Y qué pasa con nuestros hijos que nos toca formarlos como caballeros siendo madre soltera, viuda, divorciada? Sería interesante también desarrollar el tema desde este sector, que cada vez es mayor y necesitamos esa orientación pues a nosotras nos toca todo el trabajo. También existen los abuelos, tíos, primos, etc. que les pueden ayudar a formar su caballerosidad.