Por Inés Gaytán / AFI Joven.
Desde antes que estudiara mi carrera actual, Psicopedagogía Clínica, había escuchado hablar sobre el famoso autismo o TEA (Trastorno del Espectro Autista) y lo difícil que era tener un familiar, un hijo, un alumno, etc. que lo tuviera; pero nunca me había interesado. Mi mente funciona de una manera peculiar: si logro comprender las razones detrás de algo, ese “algo” me puede gustar mucho y apasionar; pero si no, lo descarto totalmente. Lo mismo me sucedía con el autismo. “¿Cuál es su causa u origen? ¿cómo se puede saber si alguien lo tiene o no? ¿es real?”, preguntas que me dejaban con más preguntas y que, por esta misma razón, preferí no contestar.
No fue hasta comenzar mis estudios de Psicopedagogía que me di cuenta de que esas mismas preguntas las tenían algunos padres de familia y otras compañeras de clase. Poco a poco. pude ir resolviéndolas, pero había algo que no me dejaba apasionarme por este trastorno como lo hacen los Trastornos de Conducta o de Déficit de Atención e Hiperactividad.
Primer contacto
Recuerdo muy bien el día cuando tuve ese primer contacto con un pequeño con diagnóstico de autismo moderado. Estaba en primer año de carrera y realizaba, por primera vez en mi vida, prácticas clínicas con mi paciente asignado: un chico de 9 años que jamás olvidaré, con un retraso en el lenguaje expresivo. Mi paciente tenía un hermano menor de 6 años, el pequeño encargado de darme mi primera experiencia con el autismo. Recuerdo que estaba trabajando en mi clínica cuando el hermano interrumpió nuestra sesión; entró a empujar las sillas, somató la puerta y paredes mientras gritaba a todo pulmón y se pegaba en la cabeza.
Miedo, angustia y sorpresa. Esas tres cosas me pasaron por la cabeza. Mi instinto protector hizo que rápidamente tomara a mi paciente y me colocara en frente de él para protegerlo de las conductas agresivas que su hermano presentaba: un descontrol emocional-conductual súbito y fuerte. Nunca olvidaré lo que mi paciente gritaba entre sollozos: “¡No! ¡Mi hermanito no, otra vez no!”. Lo escuchaba detrás mío y agarrando mi bata tan fuerte que me jalaba al piso. El pequeño de 6 años se acercaba aleteando sus manos y tratando de pegarle a su hermano y a mí: la barrera entre los dos.
Entre gritos de los niños, la terapeuta del hermano y las asesoras de clínica, tomaron al pequeño y de alguna manera lo contuvieron hasta retirarlo de mi clínica. Recuerdo sentirme desubicada, mi respiración era muy rápida y me temblaban las manos. Rápidamente me voltee con mi paciente para calmarlo y distraerlo, pero sus ojos se llenaban de lágrimas que intentaba ocultar. Y fue ahí cuando comprendí lo duro y fuerte que puede llegar a ser el autismo.
Este evento jamás lo olvidaré ya que me permitió ver el autismo con otros ojos: ojos de psicopedagoga. Muchas veces pensamos que los trastornos de este tipo sólo son un reto para las personas que los padecen, pero también lo son para los padres y hermanos que lo viven de cerca. Luego de este suceso, decidí tomar un Diplomado del Trastorno del Espectro Autista (TEA) para tratar de comprenderlo de una manera más profunda. Dentro de las muchas cosas valiosas que aprendí, la que más me marcó fue que un trastorno de este tipo, en el ambiente familiar, no sólo puede generar sentimientos de impotencia, agobio y conflictos en el hogar, sino que también tiene la capacidad de unir más a las familias, generar virtudes de paciencia y humildad, resiliencia, autonomía y cooperación; no sólo en los padres de familia, sino que también en los hermanos, por más pequeños que sean.
Gracias a este diplomado pude comprender a profundidad las causas del comportamiento súbito que el hermano de mi paciente experimentó años atrás. El autismo es un Trastorno del Neurodesarrollo cuyo origen es multicausal y que presenta signos de alerta en niños como falta del contacto visual, retrasos en la adquisición y desarrollo del lenguaje y motor, desintegración sensorial y movimientos estereotipados. Luego de comprender las razones y las maneras de abordar este trastorno en un ambiente clínico, pude comprender más a ese pequeño que marcó mi vida.
Luego de dos años en pandemia, no he tenido noticias de esta familia, pero espero que puedan volver a clínica y así, poder brindarles todo mi apoyo psicopedagógico y emocional, ya que algo importante de recordar al hablar de estos trastornos es que no definen a la persona ni cuánto valen ya que son parte de quiénes son y es lo que los hace aún más únicos. Debo admitir que, a pesar que estoy a meses de graduarme, aún no he encontrado esa pasión clínica por el autismo que tengo como con otros trastornos y dificultades, pero gracias a ese primer contacto que tuve con el TEA hace 3 años, hablar de autismo y aprender sobre él se ha vuelto un reto emocionante y gratificante de tomar y así, poco a poco, comprender este “espectro” tan complejo y colorido que está presente en nuestra sociedad.
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