​La libertad y autenticidad del ser humano.

Todos hemos tenido la experiencia de recostarnos sobre un escampado a observar las estrellas en una noche con el cielo abierto.  El paisaje estelar es espectacular. 

​Por Victor M. Turcios U.
Cada cual ha sacado sus propias conclusiones de dicho paisaje, pero creo, sin temor a equivocarme, que hay un pensamiento que nos resulta común:  “Encima de mi hay un cosmos inconmensurable y soy parte de él”.
En efecto, somos parte del cosmos estructurado que ha llevado a los científicos a querer indagar sobre las causas de su movimiento.  Las leyes han sido  tan precisas que les ha permitido  afirmar sin equívocos que la tierra gira alrededor del sol en 365 días.  Ese cosmos tan intrigante, también  ha llevado a los filósofos de todas las épocas a preguntarse sobre su origen, su causa primera. 
Pero hay algo más de lo que podemos estar seguros:   “El cosmos se rige por unas leyes”. Estas le  permiten al científico formular sus teorías y comprobarlas en el laboratorio, pues con uno y otro ensayo se repite el mismo patrón.  Son estas leyes las que nos permiten caminar todos los días con la certeza que nuestro cuerpo se acelerará a 9.8m/s2 sobre la superficie por efecto de la gravedad.  De hecho, gracias a esas leyes es que hay vida y no caos.
Ahora que estamos seguros que somos parte del cosmos y que éste se rige por unas leyes, cabe preguntarnos:   ¿Qué leyes rigen al hombre, más allá de las propias de la biología?  Para un cientificista solo existirán las leyes físicas que explican todo bajo un proceso mecánico causa efecto.  Pero esta respuesta nos deja aún con más dudas, puesto que al preguntarnos sobre el amor, el lenguaje, la mente, la libertad y la esperanza de trascender, nos preguntamos de nuevo:   ¿Deben de existir otras leyes que puedan regir al hombre, ya que a partir de procesos mecánicos no se explica toda la realidad del hombre, como la libertad que provoca un actuar  imprevisible.  ¿Acaso hay un proceso químico que explique  porque el hombre va más allá de sus sentimientos?  ¿Acaso existe un proceso mecánico explique la decisión  del hombre que decide luchar por encima del dolor?  ¿Acaso alguien puede explicar satisfactoriamente el salto del cerebro a la mente creadora, que sobre procesos químicos crea arte, intercambia ideas y emite conclusiones supra materiales y abstractas?  ¿Acaso las leyes físicas explican el deseo de trascender del hombre a una vida después de la muerte, como se ha observado en los enterramientos humanos de los hombres de todas las épocas y culturas?
En efecto, en el hombre hay algo  impredecible, algo que nos permite amar y ser autoconscientes;  en definitiva algo espiritual, que nos permite comprender las leyes físicas y utilizarlas a nuestro favor pero sin  modificarlas.  Es decir, el hombre puede aprovecharse de la naturaleza pero no queda ajeno a los efectos de su alteración.  El hombre comprende las leyes naturales, pero no se coloca por encima de ellas modificándolas, simplemente, las reconoce, las acepta, se acostumbra a ellas,  provoca la causa y se aprovecha de sus efectos.  Y si el hombre altera la naturaleza es por otra ley que descubre en ella.
El hombre no modifica las leyes naturales porque no las ha creado.  Alcanzamos entonces otra conclusión obvia: “El hombre no le ha dado el ser al cosmos, no modifica sus leyes, sino solo provoca sus causas y se aprovecha de sus efectos”.  De la misma manera, el hombre no se ha dado el ser a sí mismo.  Es decir, “La persona no es el fundamento del ser, sino se es persona por ser”.   Luego, nuestro ser tiene una naturaleza que tampoco ha podido ser diseñada por el hombre, puesto que ha sido  dada en el ser.  Esto de nuevo nos lleva a otra conclusión:   “De esta naturaleza humana se desprende  nuestra libertad.”  Ahora bien, ¿Si la libertad del hombre depende y proviene de su naturaleza, el hombre podría cambiar su naturaleza desde su libertad?  Obviamente no.
En efecto, la libertad del hombre está limitada a su naturaleza.  Lo constatamos todos los días:  “Elegimos movernos de un lugar a otro, perno no elegimos movernos con alas y volar, y no elegimos tener escamas y respirar bajo el mar.  Estos límites a la libertad determinados en nuestra naturaleza humana, solamente nos permiten caminar sobre  la tierra y respirar fuera del mar con pulmones.  Justamente por estos límites de seres creados, no elegimos luego ser mujeres habiendo nacido hombres, y no elegimos ser hombres habiendo nacido mujeres.  Esta realidad la aceptamos como el hecho mismo que somos hombres y no aves, tenemos piernas y no alas.  Toda variación a la naturaleza humana solamente puede hacerse por convencionalismo social, reconociendo como verdadera la ficción.  Pero al igual que Neo y el resto de los personajes de la película Matrix, no queremos vivir en una ficción, queremos vivir en la realidad.
Con estas evidencias, al hombre solamente le cabe aceptar su naturaleza de ser creado y preguntarse sobre su diseño.  Esta libertad, esta dimensión espiritual que nos permite desconocer nuestra naturaleza sin cambiarla, también nos permite reconocerla, aceptarla y valorarla como un tesoro para alcanzar nuestra felicidad, alcanzar la plenitud de seres humanos.  No vale la pena sufrir en nuestro propio cuerpo y en nuestra propia vida las consecuencias de no ser auténticamente lo que somos: ser hombre o ser mujer.  En la medida que alcancemos esta identidad personal, a pesar de todos los condicionamientos sociales y experiencias vividas, alcanzaremos a vivir conforme nuestra forma más auténtica de ser, ser hombre o ser mujer.  Vivir conforme la realidad y no conforme una ficción es la autenticidad del ser humano.  ¡Elijamos ser lo que somos por encima de nuestras circunstancias que nos condicionan pero no nos determinan!  El mejor uso de la libertad es este: “Alcanzar en nuestro actuar la plena identificación con nuestra naturaleza humana, con nuestro propio ser.”

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