COLUMNA :::EL LABERINTO DEL FAUNO:::
El engaño es ruin. No se vale decirle a las mujeres que solo tienen una opción ante un embarazo “no deseado”. No se vale.
Hoy les escribo a quienes se autodenominan feministas. Sobre todo, a aquellos que consideran que serlo significa apoyar ciegamente cualquier iniciativa que los países progresistas anuncien.
Recientemente, Michelle Bachelet visitó Guatemala. Entre los bombos y platillos de bienvenida, hubo una discreta pero incisiva actividad que buscaba sembrar en Guatemala la necesidad de la legalización del aborto. Ella misma lidera y defiende una iniciativa en su país que busca legalizar el aborto terapéutico en tres casos (los cuales, en la práctica se convierten en posibilidades infinitas como sucede en España).
Citaré nada más un ejemplo que ilustra esta situación. La columna de Martín Rodríguez en Nómada. Generalmente, este periodista me parece una persona lúcida. Sin embargo, cuando emite su opinión sobre cuestiones antropológicas creo que lo hace con cierta ligereza y mucho sentimiento de por medio. (A este sentimiento, el medio del que es director, le llama fanatismo; pero solo cuando señala a quienes están en desacuerdo con su visión del mundo). Aún recuerdo una columna del mismo autor que terminaba con un ingenuo: el mundo se merece a Obama… en esta también queda en evidencia el mismo sentimiento.
Bueno, pues resulta que Martín Rodríguez concibe el aborto como la solución a problemas tan complejos como el tráfico sexual, los embarazos adolescentes y la violencia contra la mujer, entre otros. Mientras leía su opinión, no podía evitar que a mi memoria regresaran las investigaciones de la también periodista Lidia Cacho, en su libro Esclavas del poder. Los relatos sobre la trata de adolescentes y niñas son perturbadores. Y es aún más frustrante darse cuenta que la solución es lejana mientras el dinero fluya y corrompa a padres, autoridades, oenegés, etc. Y al considerar ese escenario, resulta hilarante pensar que las mujeres víctimas de trata tendrán un mejor destino si les practican abortos cuando queden embarazadas.
Y luego, introduce otro argumento: “Por eso deberíamos cumplir con la ley sobre educación sexual y métodos anticonceptivos que se aprobó en el Congreso hace diez años y que es torpedeada por los grupos conservadores en el Ministerio de Educación, y garantizar todos los métodos anticonceptivos posibles a todos los adolescentes y adultos del país“.
¡Señores! ¡Dejen de llamarse feministas! Bajo el trillado slogan “las mujeres son dueñas de su cuerpo”, se escribe, se habla, ¡se manifiesta! a favor de productos que desgastan y enferman el cuerpo de la mujer. Y si hablamos de aborto, este es una de los tipos de violencia más desgarradores que se puede sufrir.
Ya estoy escuchando: lo dice porque es conservadora, retrógrada, cuadrada, cavernaria ideológica… Pero lo digo porque conozco de primera mano el sufrimiento de mujeres que han abortado y han pasado décadas llorando su decisión. Si esto no es violencia, entonces ¿qué es?
Sin embargo, creo que existe un tipo de tipo de agresión aún más atroz y silencioso: el engaño. En las últimas décadas, las mujeres se sienten cada vez más empoderadas. Un eufemismo total. No se dan cuenta que las empoderan, mintiéndoles. “El aborto solucionará todos tus problemas”, “ten los hijos que quieras (y las enfermedades que ni te imaginas gracias a los anticonceptivos)”, “ten sexo sin consecuencias”. Siempre he creído que hay dos tipos de defensores de la mujer: los bienintencionados pero ingenuos y los radicales astutos que conocen perfectamente las implicaciones que el aborto tiene en el bienestar emocional y físico, pero aún así, lo promueven.
El engaño es ruin. No se vale decirle a las mujeres que solo tienen una opción ante un embarazo “no deseado”. No se vale decir que es un derecho, no se vale ignorar a la vida incipiente. No se vale.
PARA SABER MÁS…
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