Por Inés Gaytán / AFI Joven.
Cuando era pequeña y llegaban a recogerme al colegio, todavía recuerdo que siempre decían “¡Inés ya llegó tu abuelito!”. Rápidamente, tomaba mi mochila y una lonchera demasiado grande para mi altura y corría a su encuentro. Esa persona conocida como mi abuelito por todas mis maestras y compañeros era mi papá. “¡Ya vino papi!”, pensaba, y mi día se iluminaba.
Estoy segura de que, como muchas otras personas, tengo la dicha y bendición de ser la hija menor de un papá de edad avanzada. Mi padre ya “era grande” cuando mi mamá llegó a su vida, cuando se convirtió en mi papá; en mi mejor amigo.
Luego de haber sufrido, aprendido y valorado la vida, mi padre estaba listo para ser padre por tercera vez. En mi familia, mi hermana mayor, mi papá y yo cumplimos años en junio. Una de mis fotos favoritas con él es una donde salimos los dos soplando las velas de un pastel y atrás dice: Primer cumpleaños de Inés y 50 de papá.
Los años que hay entre nosotros nunca se sintieron, ya que no hay recuerdos más bellos y divertidos que los de mi infancia. Recuerdo a mi papá corriendo por la casa con mi hermana, jugando escondite que nos hacía gritar de la emoción o jugando de lanchita con él. Hacíamos “pinta caritas” de payasos y con mi hermana le cocinábamos los mejores platos de comida en nuestras cocinitas. Mi papá tuvo varias profesiones: chef de mis restaurantes, capitán del barco más fuerte en las piscinas, peluquero en las mañanas de colegio, estilista y presentador de los shows de talentos que hacíamos con mi hermana en la sala. Su edad jamás fue una barrera para amarnos, cuidarnos, jugar con nosotras y enseñarnos lecciones valiosas de la vida.
Me encanta saber y escuchar a las personas, sobre todo a las personas mayores, y escuchar a mi papá hablar sobre su vida, experiencias y lecciones, aventuras, es algo que extrañaré cuando él ya no esté conmigo. La sabiduría que hay detrás de sus ojos y de sus años es algo que no se compara. De mi papá he aprendido a amar a Dios, a respetar y demostrar el amor que sentimos por los demás, a disfrutar la vida y reír de ella, a amarme a mí misma primero para luego amar a los demás de la misma manera, a esforzarme por mis sueños (por más pequeños que sean) y muchísimas cosas más. Mi papá me ha dado alas enormes para volar y me ha enseñado a ganar de las derrotas. El amor que él me ha demostrado todos estos años es tan invaluable que se ha convertido en mi regla personal: exigir y buscar un amor tan grande como el que él me ha brindado durante toda mi vida.
Mi papá ha sido la fuerza que ha mantenido unida a mi familia por muchos años y ha sido mi protección desde pequeñita. No hay lugar más seguro que sus brazos y abrazos. Cuando me cargaba, me hacía volar tan alto que el cielo se sentía pequeñito. Mi padre siempre me ha recordado quién soy como mujer y lo mucho que valgo. Me ha enseñado a valorar lo que tengo y lo que no, a nunca darme por vencida en las adversidades, pero más importante, me ha enseñado a ser fuerte y enfrentarme a la vida. Y así como él me dio la oportunidad de estar viva, hace 3 años tuve la dicha de salvarle su vida, algo que siempre llevaré en mi corazón y de lo que estaré por siempre agradecida.
Conforme iba creciendo y avanzando en el colegio, me di cuenta que “mi abuelito” se había convertido en el abuelito estrella de mi grado y no solo a mí me causaba admiración y respeto. Ambos se transmitían poco a poco a mis amigos, maestras y conocidos, porque ver a ese “abuelito” disfrutar cargar de la pequeña mochila de su hija decía más que muchas palabras. Mi papá; su personalidad fuerte e imponente, ese ejemplo de hombre, esposo, y padre de familia que es, que se puede observar con sus acciones, creencias, y valores, es algo que, hasta hoy en día, sigue siendo gratificante de observar.
El día del padre se debe celebrar todos los días. Celebremos a esos hombres valientes y amorosos que han aceptado y disfrutado de la paternidad, que le han dicho sí a la vida a pesar de su edad y que se han vuelto nuestros protectores, mejores maestros, amigos y superhéroes. Porque el amor de un padre no tiene comparación y ese amor nos ha forjado como personas y determinado quiénes queremos ser en un futuro.
2 Comments
¡Quedó muy bonito!
Lloro, lloro y no paro de llorar. ¡TE AMO MIGY!