Por Inés Gaytán / AFI Joven.
Durante mucho tiempo, siempre que me preguntaban qué quería ser cuando fuera mayor contestaba muy segura: doctora. No había otra opción para mí. Pasé todo mi último año del colegio enfocada en entrar a una universidad que tenía fama por ser la mejor para esta carrera. Al lograr entrar, sentí que era el lugar donde pertenecía, donde podía poner en práctica todo ese sentimiento de ayudar a los demás y de entregar mi vida y tiempo por las personas que más lo necesitan.
A pesar de haber logrado entrar a estudiar “la carrera de mis sueños”, perdí algo más importante: a mí misma. Estudiar por días seguidos sin parar, sin ver a mi familia ni amigos por temor a “perder tiempo valioso” que tenía para invertir leyendo libros completos en tiempo récord, estaba logrando que, poco a poco, dejara de conocerme a mí misma. Nunca pude darme cuenta de que el único tiempo valioso que realmente necesitaba, era el necesario para sentirme en paz conmigo.
Perdida, agotada, vencida por seguir intentando una y otra vez y, honestamente, cansada de todo; decidí decirle adiós a ese sueño, a ese lugar que vio mis momentos más bajos, a esos baños del último piso que escuchaban mis lágrimas y frustraciones y a ese ambiente estudiantil que no me representaba como persona.
“Necesito un respiro”. Eso era lo único que estaba en mi cabeza mientras estudiaba esa carrera. Sabía que quería enfocar mis estudios en algo que ayudara a las demás personas, pero no sabía que ese camino iba a tener un nombre peculiar. Mi hermana me ayudó a investigar y a buscar ese camino que iba a cambiar mi vida para siempre.
El nombre peculiar era Psicopedagogía Clínica y ha sido, hasta el momento, la mejor decisión de mi vida. Ayudar y trabajar con niños con necesidades educativas especiales es algo que no cambiaría por nada. Muchas veces estos niños son ignorados cuando piden ayuda, rechazados por ser “diferentes” o incluso, abandonados por negligencia. Al estudiar esta carrera, me pude dar cuenta que yo soy el lugar de amor que ellos necesitan, yo soy esa guía que los ayuda a superar sus dificultades. Pero no son niños “descompuestos”, son niños cuyas capacidades están presentes, pero son diferentes.
Las necesidades especiales no sólo son educativas, también pueden ser físicas. Mi carrera me ha permitido ver a las personas por quiénes son verdaderamente. Comprender sus miedos, dificultades y sueños. Motivarlos a seguir esforzándose y a amarse por lo que son: personas como todos nosotros. Esto es olvidado por algunos países ya que, desde antes de nacer, los niños con necesidades especiales son abortados por presentar defectos físicos, alteraciones genéticas que pueden repercutir en su desarrollo y vida diaria, por representar “una carga” cuidarlos cuando necesitan ayuda especial o, peor aún, por no ser ese “bebé perfecto” que tanto deseaban. Al leer sobre estos casos, escuchar noticias como estas y ver cómo intentan acabar con la vida de estos niños, solamente están aumentando mi deseo de continuar con mi servicio para ellos. La dignidad y respeto a la vida de cada persona, con necesidades especiales o sin ellas, no debe estar en juego.
Un respiro del mundo en un lugar de amor.
Muchas veces la vida se vuelve muy caótica y no nos permite escuchar nuestros propios pensamientos ni podemos sentirnos en paz. Mi respiro de este mundo era desear encontrar mi lugar en él, encontrar ese lugar que me hiciera sentir feliz y plena nuevamente, que me hiciera sentir yo. Este lugar de amor no sólo es la clínica de mi universidad, donde puedo trabajar con varios niños que necesitan ayuda y guía educativa, sino que también un pequeño gran oasis donde pude hacer voluntariado por un par de meses y convertirme en los pies y manos de otros más pequeños: un hogar de niños con parálisis cerebral.
Este nuevo lugar lo conocí en una etapa de mi vida en donde lo único que necesitaba era sentir un tipo de amor diferente. Conocí a una gran cantidad de niños que me enseñaron mucho en tan poco tiempo porque, a pesar de que la mayoría no me podía decir ni una palabra, para comunicar amor no se necesitan palabras, sino acciones.
Los pequeños actos pueden demostrar cuánto amamos a los demás, cuánto estamos dispuestos a hacer por los demás. No hay muestras más grandes de amor que el entregarse al servicio de otros, por amor a ellos. En este nuevo lugar de amor, aprendí a callar y a escuchar; a sentir con el corazón, a escuchar los gestos de estos pequeños y conocer exactamente lo que deseaban y necesitaban. A conocerlos tan bien que, al despedirme de ellos, una parte de mí quedó en ese lugar.
En los últimos tres años de mi vida, he aprendido a amar con el corazón, a entregar mis días y horas de estudio para lograr ser ese amor y apoyo incondicional para los niños con necesidades especiales y a todos los demás por igual. En este tiempo, mis deseos por encontrar respiros del mundo y nuevos lugares de amor me han enseñado la lección más grande de todas: proteger y amar la vida, sea cual sea la condición de esta, “distinta” o no.
2 Comments
Hermoso !!!! 100 puntos para eso corazón que sabe amar y servir. Felicidades!! Ines Gaytan.
“La boca habla por la abundancia del corazón”. Otra vez, me has hecho llorar. Ten siempre en tu corazón a estos niños. ¡Felicidades Inés Gaytán!