#BuzónDeMamá: Amar al extremo

Este artículo pertenece a #BuzónDeMamá; una serie de reflexiones escritas por madres para madres sobre lo que significa tan loable labor. 


Desde que tengo memoria, el día de la madre es un día de fiesta, muy especial. Preparábamos con la maestra un regalito hecho a mano para nuestra mamá, y se organizaba una misa para la que vestíamos nuestras mejores galas y celebrábamos cada una a su mamá.

Con el tiempo esta fecha cambió de maneras, o modos de celebrarla, primero con mis hermanas ya con hijos invitábamos a comer a mi mamá y a la Titía, mi abuelita, y luego empezamos a hacer un desayuno para mis tías también, con mis primas, todos los nietos y los esposos que podían llegar. Pasaron los años y sumamos a más abuelitas a la celebración. Recuerdo una tarjeta que le hizo una de mis hijas a su abuelita en el día de la madre, “Abuelita Mimí, desde el día que te conocí, fuiste mi abuelita”. Y aunque es muy simpática la frase dice una gran verdad.

Ahora recordamos a las que ya no están con una oración y nos seguimos reuniendo para festejarnos y darnos una pausa, abrazarnos, reír y recordarnos que somos herederas de un legado de amor.

Yo también amo ser mamá.

Cuando con mi esposo supimos que estábamos esperando nuestro primer hijo estábamos muy ilusionados, aunque él un poco más nervioso que yo, seguro sentía la gran responsabilidad que a los hombres en general tanto les asusta.

En realidad, todo cambió para los dos, era el momento de nuestra verdad, la decisión de amarnos por el resto de nuestras vidas se materializaba en un pequeñísimo ser que nos transformó en padres y con ello se convirtió en la mayor responsabilidad que asumí desde entonces en mi vida, ¡ser mamá!

En mi caso, y no creo ser la excepción, ha sido un aprender imparable; me ha hecho madurar, a veces a puros cuentazos, pero ha valido la pena en absolutamente cada segundo vivido desde entonces. Nadie nos educa para ser padres, y aunque yo sí elegí ser maestra para un día poder educar un poco mejor a mis hijos, sobre educar a los propios hijos nada se entiende igual sino hasta que uno los recibe, son realmente un regalo.

Nuestro primer hijo nació con fórceps, me desmayé en el parto y aunque yo me había mentalizado que mi bebé iba a nacer en un “parto sin dolor”, me dolió tanto que salí diciendo que no volvería a tener un hijo en mi vida… ¡Ja! Ahora a mí también me da risa, como se rieron el pediatra y mi ginecólogo entonces. Uno de ellos dijo, «eso dicen, ¡pero siempre regresan a tener por lo menos otro!».

Y es que así es la vida con los hijos, con el esposo, en la familia. El tiempo pasa entre las celebraciones de los primeros pasos, los cumpleaños y los pequeños logros de cada uno, revueltos entre el dolor de sus caídas, la entrega agotadora de cada día y el sufrimiento e impotencia ante sus angustias y enfermedades. Pero el gozo es tan grande que el dolor se perdona o hasta se olvida.

Es así que siendo padres, hijos, hermanos, tíos, primos o abuelos aprendemos a amar de verdad, porque nos duele cuando alguno sufre y gozamos cuando alguno ríe. Y como por arte natural, las mamás nos volvemos un engranaje indispensable de este magno proyecto, y más de alguna vez, o al menos eso sentimos, logramos que todo funcione y termine en paz, aunque haya tormenta.

De ahí el imperdible beso de las buenas noches, el cuento que lee su papá porque nosotras ya estamos agotadas y la oración de gracias que les enseñamos porque a nosotros nos la enseñó su abuelita como la fórmula perfecta para terminar bien el día y confiar a Dios que nos cuidara en la oscuridad, que tarde o temprano llega.

Porque si, muchas veces nos falta amor, y nos falta fe, y es cuando buscamos en lo más profundo de nuestro ser y empezamos a rezar más, ya no solo para terminar bien el día, sino para salvar nuestras vidas y retomar el camino hacia la eternidad. Ahí es cuando el amor vuelve más fuerte y nos llenamos de nuevo de ese amor inagotable que nos regala la naturaleza por ser mamás para darnos de nuevo y amar cada vez más.

Y ya cuando las canas se han asomado y la piel ya no está tensa en nuestro rostro, miramos atrás y vemos la historia de cada uno, los errores cometidos, el perdón que aprendimos a darnos, las gracias por tanta paciencia recibida, es cuando tengo la certeza de que el mayor gozo y felicidad de esta vida la he tenido junto a mi esposo, desde el momento que Dios nos dio la dicha de ser padres y especialmente a mí, de ser mamá. 

Qué alegría, que dicha tan grande la de seguir con vida y celebrar este día al lado también de mi mamá. ¡Feliz día a todas las madres desde la tierra hasta la eternidad, feliz día a María, Madre de Dios y Madre nuestra ¡Madre de la humanidad!

¡A todas las mujeres que viven el amor al extremo, les deseo feliz día de las madres!


Isabel Mirón de Toriello es esposa y madre de tres. Licenciada en Comunicación Social y maestra en Educación Primaria. Además, es la Directora Ejecutiva de Enlace Guatemala, una organización aliada a AFI.

 

 


One Comment

  1. Magdalena-
    11 mayo, 2019 at 9:27 am

    Gracias, Isa, por mostrarnos tu maternal visión de ser madre. Sé que aprendiste mucho en el camino y que siempre has dado lo mejor de ti por tus hijos. Y tuviste la bendición de tener a tu lado al padre de tus hijos siempre apoyándote.
    Te mando un gran beso y abrazo, feliz mamá!