Cuarentena: violencia intrafamiliar al alza en los hogares, una mirada ideológica

Por si fuera poco, con la espada de Damocles pendiendo sobre las cabezas de miles de miles de trabajadores en estos momentos de pandemia, las denuncias sobre violencia intrafamiliar se han incrementado, lo que desnuda una realidad que puede ser analizada desde diferentes perspectivas.


Sin querer invisibilizar el flagelo que significa la violencia en la familia, hay que partir por recordar que la totalidad de las denuncias presentadas ante los organismos de justicia y de seguridad no necesariamente corresponden a la totalidad de la problemática.

Por un lado, tenemos el enorme subregistro de los casos no reportados precisamente por la violencia subyacente en las relaciones toxicas y por otro, la enorme cantidad de denuncias falsas provenientes de un nuevo empoderamiento político que parte del principio que toda denuncia es verdadera y no se discute.

Entre estos dos extremos, tenemos las denuncias reales por violencia real, entendida ésta en sus diferentes dimensiones a saber: física, psicológica, patrimonial y sexual. Ahora bien, es necesario también tener claro que dicha violencia, en el caso de las organizaciones feministas, ha sido presentada como la confirmación de sus parámetros de discurso, la «violencia machista» o de «género» donde el hombre es dibujado como el resultado del sistema patriarcal opresor siendo el único capaz de generar violencia y la mujer es reducida a su papel eterno de víctima.

 

 

Sin embargo, el fenómeno de la violencia es mucho más complejo que la miopía ideológica que interpone el feminismo. Regresemos a la violencia y sus causas: ¿será el encierro de la cuarentena el disparador de la misma?

Plantearlo de esta manera tendría la manipulación intrínseca de culpar al vínculo matrimonial per se de la violencia y no es así. De hecho, el encierro va unido al incremento del desempleo, la acumulación de deudas, la pérdida de perspectiva en cuanto a cuándo todo esto regresará a la normalidad, incluso a esto hay que agregarle la paranoia colectiva y el temor por la salud de miembros vulnerables de la familia. Este contexto alimenta el conflicto. La reducción del fenómeno a la condición biológica de hombre o mujer tiende a sacar a ambos de ese ambiente.

Cuando la violencia estalla es cuando se alcanza el culmen de la conflictividad de las condiciones sociales que impactan en la familia. La violencia que acontece es, más que la versión ideologizada, el producto de la gestión de la crisis que se produce en el marco de esta cuarentena. Un ejemplo terrible de cómo esto se puede observar es la muerte de un niño a mano de sus dos padres de familia, un caso que fue callado por el vigoroso músculo publicitario del feminismo local porque en tal acto execrable participó la madre del menor.

 

Sin embargo, no han ahorrado esfuerzos en medio de la crisis para denunciar la «violencia machista» que, como bien afirmábamos antes, es producto de sesgo ideológico tendencioso, el mismo que promueve la legalización del aborto y las medidas a favor de la visualización de la llamada «diversidad sexual».

En fin, la violencia es intolerable, pero intolerables y terribles son las condiciones en las que nos encontramos como sociedad. Este momento habrá de superarse, como sucedió con pandemias, desastres naturales y guerras en el pasado. Es hora de pensar si nuestra determinación y el amor para esa persona que tenemos a la par es suficiente como para buscar un camino, una alternativa juntos.

Que esta situación además de aflorar lo peor, sea capaz de sacar lo mejor. Es un reto que todos los días debemos superar.


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