Por Claudia Luján
Le dije que quería conocerlo, me llevó a la habitación y estando allí aquel joven, rodeado de almohadas, y sin voluntad propia para moverse, pero con la suficiente para vivir, intercambiamos miradas por un tiempo y algunas palabras, bueno, un breve monólogo de mi parte.
Como a los 2 años de ese evento, fui a un grupo de jóvenes en condición de discapacidad (es el término oficial, aunque no termina de gustarme), hice varios amigos a lo largo de los años que se hicieron amigos de mi novio y futuro esposo.
Al pasar de los años, algo en este tema me da vueltas y en ocasiones llena mis ojos de lágrimas y presiono mis dientes con algo de enojo. Considero que en nuestro país hay tantas personas cálidas y hermosas, que la población con discapacidad no tiene la oportunidad de conocer.
¿Por qué nos asusta lo que no conocemos? ¿Por qué nos sentimos incómodos, al no saber cómo reaccionar ante algo que no esperamos? ¿Por qué nos intimida tanta fortaleza recubierta de aparente fragilidad?
Hace dos años más o menos, encontré las palabras precisas que describen lo que me hacen sentir esa serie de eventos, y es una cordial invitación a leerla en voz alta y guardarla en un buen papel, por aquello de la traicionera memoria. “La discapacidad del individuo no reside en el. Si no en la poca capacidad del Estado para lograr la inclusión y procurar el desarrollo integral[1]”.
El Estado somos la comunidad social, ellos, aquellos, nosotros. Celebremos informándonos sobre discapacidad, siendo inclusivos y dignificando a quienes están en esta condición.
[1] Situación de la niñez guatemalteca. Oficina de los derechos humanos del arzobispado de Guatemala-ODHAG-. 2012-2013
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