¿Borrando a papá en el Día del Padre?

Ciertamente, la celebración del Día del Padre en Guatemala no tiene la misma connotación que la que se hace en el Día de la Madre. Es un hecho fácilmente explicable desde dos perspectivas a saber:

1. Por razones netamente de consumo. El consumo esta ligado más a la mujer casi en todos los aspectos de la vida cotidiana y al tener estas celebraciones un beneficio comercial, el resultado de la ecuación es sencilla: papá vende menos, pero por otro lado tenemos la otra cara de la moneda.

2. Por razones simbólicas. La figura paterna ha vivido un proceso lento, pero sostenido de degradación. En parte, gracias al ideario promovido y visto por ideologías feministas a favor de los derechos de las mujeres, que recalcan la necesidad de conquistar la «libertad» sin el mandato del hombre. ¿Se dan cuenta que las mismas partidarias del feminismo ya se la habían ganado cuando demostraron ser productivas más allá del ámbito
hogareño, en las fábricas, comercios y universidades? En fin, el sentido de la familia y la paternidad se vieron transformadas en el mal sentido.

Ahora bien, la narrativa feminista no paró en la conquista de la supuesta soberanía de la mujer como sujeto de derecho. Cuando las ideologías totalitarias alcanzan el poder y redefinen lo que es ser mujer, sustituyen al padre proveedor con el Estado benefactor. El hombre como tal abandona ese rol, encasillándose ahora, dirían los revolucionarios, en el papel de un ciudadano común que no necesariamente debe demostrar sus dotes de proveedor. Entonces, el hedonismo aparece reflejado en el sexo solo como una vía de satisfacción corpórea sin “atavíos y compromisos”. Esa máxima se vio en los grandes movimientos sociales de finales de los años sesenta en pro de la «liberación sexual».

La figura paterna se ha transformado negativamente. Es un hecho: la lucha por demostrar que los hombres ejercían el poder autoritario en el hogar y que había que derrocarlos como a esas viejas estatuas de bronce de los conquistadores y colonizadores se hizo presente, como está de moda, se está dando. Gracias a esos pensamientos, ahora los hombres pueden sentirse liberados de hacerse cargo material y emocionalmente de los hijos que han quedado desperdigados en el camino por placer, es más, el aborto mismo visto como una reivindicación alcanzada por el feminismo para liberarse del hombre, dirían algunos cínicos.

La figura cómica del muchacho obligado a casarse, a punta de pistola, porque embarazó a su novia ni siquiera asume el costo económico del pago del aborto en la clínica pública pagada con impuestos, porque es «legal, seguro y gratuito». Esa es la meta del feminismo, destruir toda noción de responsabilidad y sustituirla por el de subsidio al placer efímero.

Si, puede que se crea, equivocadamente, que el padre ya no es necesario y lamentablemente, las cifras demuestran las consecuencias de la ausencia paterna. Cada vez más los hogares uniparentales en términos porcentuales se incrementan, el numero de procesos legales por pensiones alimenticias se aglomeran en las oficinas legales, ahora resulta que las demandas que impiden visitas de padres a sus hijos ahora son mayores que todos los delitos y faltas recurrentes en los juzgados, pero aun más, el rechazo a la paternidad por parte de la juventud aumenta. Ese hombre que trabajó toda su vida e invirtió todo lo producido para el bienestar de los suyos es considerado anacrónico y hasta una forma de existencia sin sentido.

Lamentablemente, el hogar y la familia hoy, como nunca antes, han mostrado tanta fragilidad y eso en parte es responsabilidad de los mismos padres que no terminamos de entender que el relevo generacional se debe producir en términos también de valores y no solo en herencias materiales. Por supuesto que es importante, pero solo a través de esos valores las sociedades podrán enfrentar cualquier reto que se nos enfrente, incluyendo esta terrible pandemia.

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