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Por Raúl Alas

La familia nunca había estado tan amenazada en su integridad y naturaleza como lo está ahora, y con ella, también la institución del matrimonio, la vida del no nacido y la conciencia de los niños, que son expuestos desde muy corta edad a contenidos violentos y sexuales contrarios a la naturaleza humana y a su nivel de formación.

Por eso, resulta vital fortalecer a la familia y apoyar su sostenibilidad. Asimismo, es indispensable exigir públicamente a las autoridades que se respete el legítimo derecho de los padres a ser los primeros educadores de sus hijos en la afectividad y la libertad. Y no se vale que el Estado ni ninguna organización multinacional se entrometan en un rol que es competencia fundamental de los padres de familia, porque es lamentable que en ciertos programas educativos se pretende inducir a los niños a una sexualidad precoz y a estilos de vida ajenos a principios y valores esenciales.


Haz clic aquí pDe hecho, si nuestros ancestros estuvieran vivos se extrañarían mucho de oírnos defender lo obvio, que un matrimonio está compuesto por un hombre y una mujer, que se unen por amor y que libremente deciden fundar una familia con vocación de estabilidad y apertura generosa a la procreación y educación de los hijos. Y ya no se diga, que la vida inicia desde el momento de la concepción y concluye con la muerte natural.

En realidad, no hemos llegado hasta aquí por casualidad, la sociedad actual ha recorrido desde mediados del siglo XX un itinerario marcado por la influencia enorme de los medios, que junto a políticas de Estado y agresivos programas de organismos internacionales, han contribuido a provocar grandes cambios sociales y a difundir unos estilos de vida que permean progresivamente nuestros ambientes, gustos, preferencias, cultura y también nuestras leyes.

Sin lugar a dudas, desde la década de los sesenta, se ha desarrollado una revolución sexual de grandes proporciones, que se vio influenciada en una primera etapa por el pansexualismo de Freud, el nihilismo y la búsqueda ilimitada de placer que proponían otros autores. Por eso, esa década, estuvo marcada por frases como “prohibido prohibir”, “sexo, droga y rock and roll”, o aquello de “la revolución al poder”, que alentó diversos movimientos subversivos en el mundo.

Sin embargo, son los medios de comunicación los que replican de forma hegemónica un relativismo moral que se difunde masivamente a través de la programación, la publicidad, la moda, la música, la literatura y por otros cauces. Y para ello, se valen de los distintos formatos de entretenimiento y diversión que consumimos.

El problema es que el relativismo moral, como apuntan los expertos, al descomponer los valores en las diversas preferencias individuales, no tiene elementos sólidos ni para defender al individuo de sus propios excesos ni para servir de plataforma a una necesaria convivencia social.

Ciertamente, la segunda etapa de esta revolución sexual la estamos presenciando en este siglo, con la masiva influencia de la ideología de género, la cual está generando cambios de gran magnitud en la sociedad, cuyas consecuencias ya empiezan a verse. Por ejemplo, en la terminología ambigua que se utiliza, en la censura que se impone a opiniones discordantes y a las iniciativas legales que se impulsan para privilegiar a unos cuantos sobre la base de sus preferencias sexuales, en detrimento del bien común.

Pero no todo está torcido. Hay esfuerzos firmes y honestos en diversos países, incluyendo a Guatemala, que buscan generar apoyos, medios y propuestas en honor de la familia, para que siga siendo el factor multiplicador de la vida, la escuela por excelencia de la dignidad de la persona humana y modelo estelar de la convivencia y cohesión social.

Por eso, me parece una iniciativa muy oportuna la marcha nacional: ¡La Familia al Centro!, que varias entidades de la sociedad civil han organizado este domingo como una fiesta colectiva, para expresar su apoyo a la institución de la familia y a todo lo que la hace única, valiosa e irrepetible.Haz clic aquí para modificar.ara modificar.

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